Un Día en la Vida de.../ El escribidor y sus temas

AutorAlain Derbez

Prometo --dijo el medieval que quería ser ganón en las preferencias del Gran Elector-- que si quedo, todos los niños tendrán instructor de ábaco y aprenderán latín.

Corría quizás el año 1000: como si látigos manejados por enloquecidos pulpos y fuetes manipulados por medusas histéricas, el hambre y la enfermedad violentamente comenzaron a extender sus estragos por esas latitudes y se temió que, como antes había sucedido con ganado y aves de corral, el género humano que poblaba esas comarcas, fuera a desaparecer casi entero. Las condiciones atmosféricas se hicieron tan desfavorablemente crueles, que no se presentaba tiempo propicio para ninguna siembra y, sobretodo a causa de las inundaciones en un lado y la terrible sequía en el otro, era imposible levantar cosechas. Dominaban las bestias.

En esos días, el dormido Leutardo había sufrido la invasión de su cuerpo por avispas. Los animales, conducidos por sabe Belcebú qué mala magia, habían entrado por la salida natural del aldeano, habían volado por sus entrañas y, luego de aguijonearle el interior, habían salido por su boca como quien blasfemara sin detenerse a recobrar resuello.

Ante esa pesadilla, el hombre corrió a la iglesia igual que los que buscan hallar consuelo, pero lo único que hizo fue acercarse al altar y romper a romper toda imagen que a la mano estuviera. La aldea entera, aterrorizada, lejos de someterlo, fue contagiada por sus palabras y sus actos y se levantó en contra del señor y de quien quiso sucederle. No había latinajo pronunciado ya a susurros ya a gritos capaz de apaciguar a los rebeldes ni ábaco que contara el número de encolerizados. El territorio todo era una hoguera.

Pero eso, si es que aconteció, sucedió hace mucho, mucho tiempo. Eran los días nebulosos en que todavía no había un santo en estos parajes. Hoy, Siglo 20 o 21, 33 o 40, en que el virus del SIDA se multiplica, se une, se desdobla, cobra identidades diferentes para sembrar, a cambio del placer, dolor y luego muerte, muerte luego dolor; en que hay, inminentemente, a cambio de un jefe Juan Diego, 27 nacionales más a quienes rezarles; en que no hay razón ni cabida --ahora que el Pontífice ha ofrecido sus disculpas tan a tiempo-- para canganceiros ni cristeros ni campesinos seguidores de un nuevo Thomas Müntzer o un John Ball ni milenarista alguno excluible y excluido del diccionario del neoliberalismo que nos traduce el mundo para saber saborearlo entre sequías e incendios, epidemias, declaradas guerras no...

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