LA DIABLA / In Memoriam ídem

AutorVera Milarka

Yo no sabía quién era Héctor Mendoza, pero mis padres me llevaban a ver teatro (no apto para adolescentes), y me quedé totalmente impresionada y fascinada con la puesta In Memorian del director, autor y maestro de muchas generaciones de teatristas.

Esa obra, que yo vi en la UNAM, no la entendía muy bien, pero sí me percataba -con la debida explicación erudita de mis progenitores- del pitorreo absoluto con el que uno de nuestros próceres de la poesía, Manuel Acuña, era tratado como un simple ser humano.

Acuña era un dios erótico, y en realidad, aquel escenario desnudo donde Julieta Egurrola, Rosa María Bianchi, Margarita Sáenz, José Luis Cruz, José Caballero, Jaime Estrada, Lucía Payés y Carlos Mendoza actuaban en pelotas y se divertían como enanos bajo una sábana blanca era realmente un rito pagano al dios Pan.

Desde entonces se propagaron toda clase de mitos y realidades sobre el maestro que en esa época (y por mucho tiempo) fue entre demonio e iluminado al que se le enamoraban y se le hacían adictos actrices y actores por igual. Desequilibrados mentales y genios, constituían con mucho sus huestes de alumnos, suicidas, kamikazes, adictos, profesionales y amantes que compartieron con él secretos inconfesables y que fueron constituyendo su cuestionable personalidad.

La verdad, daba miedo y atracción, y sin duda la obra del maestro que muchísimos años más tarde, en 1985, dirigiera Flora Dantus en el Juan Ruiz Alarcón, Del día que murió el Señor Bernal dejándonos desamparados, especie de obra autobiográfica, agregó hechicería a este personaje 'chamuquezco' que luego, para las nuevas gene- raciones fue solamente un maestro cascarrabias que ya nada tenía que ver con su rebeldía teatral.

Desde que el INBA le hiciera en 1994 un homenaje a Mendoza por 40 años de trabajo, se han dicho sobre él las cuestiones fundamentales de su labor, entre ellas, que dio ocasión para hacer un "teatro de autor" considerado a la manera del cine: lanzando una generación de nuevos directores con un teatro eminentemente propositivo y que se convirtieron en nuestras vacas sagradas.

Me refiero a Luis de Tavira, Juan José Gurrola, Ludwik Margules...

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