Diario de fatigas / Estatuas de eunucos

AutorChristopher Domínguez Michael

"Los críticos son como eunucos en un harén. Saben cómo se hace puesto que lo ven hacerse cada día, pero están impedidos para hacerlo por sí mismos", decía el poeta y dramaturgo dublinés Brendan Behan, célebre, merced a sus apariciones en vivo en la televisión británica, por haber encarnado al prototípico borracho irlandés. Behan, además, estuvo preso por haber pretendido, en sus lides de militante del Ejército Republicano Irlandés, volar el puerto de Liverpool en 1939. La cita de Behan, a la que espero darle seguimiento, la encontré en The Death of the Critic (Continuum, Londres, 2007), de Rónán McDonald, uno de los libros de crítica irlandesa que leí para ilustrarme con motivo de un viaje reciente a Dublín y a Cork.

El primero en calificar a los críticos de eunucos fue Nietzsche, refiriéndose a Sainte-Beuve, aunque la de Behan es también una variable de otra cita, del sinfonista Jean Sibelius, quien dijo, palabras más, palabras menos, que más valía no ocuparse de los críticos porque forman parte de esa clase de personas que nunca alcanzan a tener su estatua. Aparte de tener mucha miga en cuanto a la idea de posteridad, ya más clasemediera que neoclásica del músico finlandés, el exabrupto sibelioso es falaz: existen estatuas del doctor Johnson, de Sainte-Beuve (la imagino, cagada por los pájaros, en Boulogne-sur-mer) y de don Marcelino Menéndez Pelayo. Quizá no debería haber estatuas para los críticos, pero las hay.

Todos estos motivos aparecen, o deberían aparecer, en el opúsculo de McDonald, especialista en Beckett, quien hace en The Death of the Critic una defensa académica del oficio de crítico, en entredicho desde sus orígenes aunque nunca tan apestoso a cadáver, según él, como en los tiempos que corren. Tiempos no sé si interesantes, pero, sin duda alguna, veloces en consumirse. El de McDonald es un libro de 2007 y en aquel año al crítico irlandés le alarmaba el destino de la crítica ante la proliferación de la blogósfera, tema, un lustro después, algo anacrónico o acaso sustituido en el rango de alarma por nuevos temores y entusiasmos, como la profusión del twitter.

The Death of the Critic es un librito (160 páginas) provincianísimo y endogámico lo cual no significa que su diagnóstico y su alegato sea errático o sea deleznable. Antes al contrario: aprendí, al leerlo, minucias que en una obra de temperamento más universal habrían sido omitidas. Inclusive, una errata es instructiva: que el sacrosanto apellido de nuestro padre...

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