Diario de fatigas / Introducción a Mary McCarthy

AutorChristopher Domínguez Michael

Debió ocurrir aquella visita, según infiero leyendo las tres biografías de Mary McCarthy que se han escrito, en el otoño de 1958, en uno de sus regresos a Nueva York. La entonces ya muy famosa escritora venía llegando de sus estancias italianas, cuando el nonagenario Bernard Berenson la alojó en I Tatti, su finca florentina, desanimándola primero y animándola después, a escribir sus libros sobre Venecia y Florencia. En el encuentro, mi madre, de 18 años ya cumplidos, quien quizá todavía no se dejaba el pelo corto ni se vestía de negro según el canon existencialista, le habría preguntado a Mary McCarthy qué hacer de su vida -de hecho, se lo preguntó sin respuesta hasta que murió- y le dejó, tal vez, una copia en papel carbón de la única obra de teatro que escribió, muy en el estilo absurdista.

A Mary McCarthy, pese a ser recordada como la "intelectual de Nueva York" por excelencia, nunca le fue fácil hacerse de algo propio en Manhattan, prefiriendo sus arcadias en Nueva Inglaterra donde se atrincheraba para recibir y mandar, desde allí, a medio mundo. En fin, que Mary McCarthy habría recibido a mi mamá en un departamento amplio, pero rentado a la carrera y habría escuchado, espero que con paciencia, los balbuceos de una niña casi mujer que no sabía si estudiar letras dramáticas en la Universidad de Columbia o perderse en la bohemia de Greenwich Village o hacer las dos cosas al mismo tiempo, lo cual era perfectamente posible.

A Maggy -así la llamaba todo mundo- la habían mandado sus padres -que eran amigos no muy íntimos de la McCarthy- a que la consultase sobre su desorientación general. Los Michael, mis abuelos, quizá no se imaginaron (o se lo imaginaron perfecta, maliciosamente) que la Gran Dama o la Gran Bruja de las letras de Estados Unidos le iba recomendar, a mi mamá, la fuga, lo cual una vez que se le ha leído resulta acorde, consecuente, con efectiva predica por la libertad de las mujeres. Palabras más, palabras menos, Mary McCarthy le confesó que conocía lo suficientemente a sus padres como para saber que eran gentes de la peor calaña, mentalmente perturbados, destructores de almas. Que encontraba milagroso que no la hubieran vuelto loca y la instó a que huyese de ellos rumbo a California, a Europa o a México. Mi mamá recordaba haber recibido la siguiente orden de Mary McCarthy y no me queda sino creerle: "Yo sufrí el infortunio de quedarme huérfana a los seis años, lo cual me permitió hacerme a mí misma contra mi voluntad. Tú...

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