Diario de Fatigas / La Victoria de Samotracia

AutorChristopher Domínguez Michael

Roberto Bolaño fue un escritor profundamente chileno. No hay literatura en América Latina donde la vanguardia sea tan bien vista como en Chile, al grado que el vanguardismo chileno también es desde hace muchos años, como le pasa a todos los ismos, un academicismo. Yo no conocía la edición española de las obras de Nicanor Parra, la compré ayer, empecé a abrirla, vi las fotos a colores de los artefactos y dije: "Aquí tenemos, finalmente, algo más hermoso que la Victoria de Samotracia". La doctrina de la vanguardia tiene en Chile una reputación casi oficial... es el país de Nicanor Parra y también de Huidobro y de todas las cosas extrañas y locas que han hecho aquí los poetas, el happening, el performance, los collages públicos, contando con el origen chileno de esa especie de Cagliostro que es Alejandro Jodorowsky, quien también tuvo su época mexicana. Esa permanente ebullición vanguardista es ajena a la tradición mexicana. Bolaño lo sabía muy bien y por eso Los detectives salvajes cuentan una versión novelesca de lo que fue nuestra única vanguardia literaria con cierto abolengo, el estridentismo, vanguardia que no se desarrolló monstruosamente, como se desarrolla toda vanguardia que se respete, porque aquellos poetas se volvieron enseguida funcionarios ideológicos de la Revolución mexicana. Ello no quiere decir que sus rivales, los Contemporáneos, no hayan absorbido algunas o muchas nociones de la vanguardia. Lo hicieron, pero con cautela: eran, para decirlo nerudianamente, gidistas. Y cuando dicen que la hegemonía de la poesía mexicana es lo crepuscular, el tono medio, se habla con cierta veracidad. Y las rupturas de esa cortesía ambiente, como los grandes poemas de Gorostiza o de Jorge Cuesta, fueron esfuerzos que no se hicieron en la calle, en el mundo salvaje. El temperamento de vanguardia en México es especulativo, a lo Valéry, en el mejor de los casos y eso lo sabía el autor de Los detectives salvajes.

Entre el orden (el clasicismo mexicano) y la velocidad (la vanguardia chilena), Bolaño transfigura a su pequeño grupo de amigos, a los infrarrealistas, que fueron un fenómeno modesto, aunque algunas de las mitologías propias de la fama los hayan colocado, fantasiosamente, como la verdadera literatura mexicana que en aquellos años setenta habría vivido oculta, reducida a la clandestinidad por la poesía oficial. Y también es desagradable leer esas reseñas anglosajonas de sus novelas recién traducidas, que lo presentan como un milagro de la...

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