De la dictadura perfecta a la caricatura perfecta

AutorJuan Villoro

Escritor

Un graffiti resume la decepción provocada por los gobiernos del PAN: "¡Que se vayan los ineptos y que vuelvan los corruptos!". Durante 71 años el PRI negó la democracia. Sus prácticas fueron del control corporativo de los sindicatos al fraude cibernético, pasando por la gastronomía política (la "operación tamal") y las trampas de feria (el "ratón loco" y la "casilla zapato"). Sin embargo, 12 años bastaron para que el antihéroe fuera extrañado.

¡Bienvenidos a la República de las Paradojas, el País de Siempre Jamás! El partido "oficial" se apropió de los colores de la bandera y convirtió la lucha de clases en un trámite burocrático, la "revolución institucional". Sus propuestas se ajustaron a las conveniencias; por turnos, fue nacionalista, estatista, privatizador o populista. Pero el buffet de ideologías no se detuvo ahí: Carlos Salinas de Gortari inventó el "liberalismo social". Más que un partido, el PRI ha sido una oficina de oportunidades.

Durante 71 años, México se salvó de la dictadura al elevado precio de no tener una democracia auténtica. Nuestra política fue un hipódromo de apuestas aseguradas: el mismo caballo ganaba todas las carreras. Con puntería, Mario Vargas Llosa definió a este peculiar sistema como "la dictadura perfecta". Un autoritarismo que, oficialmente, no era tal. Como la hamburguesa vegetariana, el PRI prometía algo contrario a su esencia. En nombre de la justicia social, creó un país de pobres, una élite de supermillonarios y una casta que confundió lo público y lo privado y transformó la corrupción en el atajo elemental al éxito.

Pero nadie puede predecir la historia de un país con chiles que pican de cien modos distintos. En 2012 el PRI ya era un mal añorado. "¡Ellos sí sabían robar!", dijeron los testigos de la corrupción panista, nostálgicos de la habilidad priista para dirimir conflictos (o convertirlos en otros menos urgentes).

El partido tricolor alternó los abusos con los favores; fue, según la indeleble definición de Octavio Paz, un "ogro filantrópico". En el año 2000 esa criatura parecía digna de taxidermia en el pabellón de las especies antediluvianas. Un carismático ranchero, ex gerente de la Coca-Cola, se subió a un templete, pateó un ataúd con el escudo del PRI y ofreció erradicar las alimañas que comían el presupuesto. Gracias a Vicente Fox, un pueblo entusiasta aprendió el nombre popular de ciertos bichos: México exterminaría "tepocatas" y "víboras prietas".

Uno de los más grandes desafíos de la política consiste en preservar las expectativas después de una elección. Hay dos formas de lograrlo: cumpliendo promesas o creando nuevas expectativas. La primera es más útil pero más incómoda; la segunda requiere de un magnífico desempeño teatral.

Fox no logró lo uno ni lo otro. Llegó en una posición inmejorable para promover el cambio. Gozaba de consenso y se rodeó de significativos colaboradores de la sociedad civil, como José Sarukhán, Adolfo Aguilar Zinser y Jorge G. Castañeda. Pero el ímpetu con que prometió resolver el problema de Chiapas en 15 minutos se disolvió cuando supo que gobernar exige laboriosas negociaciones. El candidato que había lucido fotogénico a bordo de cualquier vehículo (de un triciclo a un cebú), se transformó en el mandatario de mirada perdida que añoraba los caminos de Guanajuato. Fox optó por ser una figura decorativa, como la Reina de Inglaterra, sólo que con sombreros rústicos, y contrató a Rubén Aguilar, ventrílocuo que procuró darle coherencia a sus dislates.

De cualquier forma, nada impidió que se metiera en apuros. A Fidel Castro le dijo una frase ideal para decorar marisquerías ("comes y te vas"),"elogió" a las mujeres por ser "lavadoras con patas", dijo que los chicanos eran explotados como "viles chinos" y aceptaban trabajos que ni siquiera hacían los negros. Si sumamos a las mujeres, los chinos y los negros resulta que el presidente de México ofendió a la mayoría de los pobladores de la Tierra.

La activa política con Estados...

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