Diego Valadés / Burocracia política

AutorDiego Valadés

Con la regularidad de los ritmos electorales, en las administraciones de la Federación, de los estados y de los municipios se producen numerosas renuncias para asumir candidaturas a cargos electivos. Igual sucede en los órganos de representación política, de los que muchos integrantes se separan para competir por otros puestos.

Esa realidad denota el grado de patrimonialización de la función pública al que se ha llegado. La apropiación privada de lo público es una conducta corrupta; pero cuando no se obtienen beneficios prohibidos se admite que utilizar lo público como forma de vida es parte de la normalidad institucional. A lo más que se llega es a tildar de chapulines a quienes transitan de una tarea a otra.

Los movimientos de funcionarios son habituales en todos los sistemas; lo que varía es la intensidad, que en México es excesiva, y la alternación entre cargos administrativos y electorales, que aquí es muy común, en detrimento de la autonomía de los legisladores. El ir y venir entre los espacios electivos y burocráticos denota que una parte substancial del juego político corresponde a acomodos personales, sin que en tales desplazamientos sea relevante la preparación exigible para el desempeño de las labores asignadas.

Ese fenómeno introduce un componente de intereses particulares en las contiendas por el poder, lo que por sí solo significa una distorsión de las actividades políticas y administrativas. Los perjuicios suelen ser severos pues se franquea el acceso a las labores públicas de personas que con frecuencia carecen de las aptitudes necesarias. Esto hace que la corrupción y la ineptitud se combinen y se potencien de manera recíproca. En los sistemas bien diseñados los controles administrativos y políticos son esenciales para atenuar el impacto de ambos flagelos.

En México hay una tradición que se remonta al siglo antepasado según la cual la honestidad y la competencia de los servidores públicos dependen del juicio de sus superiores. La pirámide de la confianza tiene como vértice la Presidencia de la República. Desde los periodos de dictadura y de hegemonía, y hasta la actualidad, el Presidente ha sido el evaluador mayor de las virtudes éticas y de las capacidades profesionales de sus colaboradores. Esa atribución selectiva se transmite por delegación sucesiva en cada escalón burocrático.

Tan peculiar desempeño del poder se proyecta en la forma aquiescente como se actúa ante el...

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