Diego Valadés / Dos visiones del poder

AutorDiego Valadés

Entre las grandes reflexiones sobre el poder figura la literatura trágica. En los poemas homéricos y en la dramaturgia de Esquilo, Sófocles y Eurípides, la tensión entre los dioses y los hombres representaba la esencia agonista del poder. En la propia Grecia se dio respuesta a la escenificación de los mitos y se buscó que la realidad respondiera a un modelo de organización propicio para la convivencia humana; se llamó democracia.

Al paso de los siglos el poder como tragedia encontró en Shakespeare a un intérprete supremo. En la dramaturgia shakesperiana el poder está siempre presente; alcanza el extremo de la violencia en Tito Andrónico y adquiere matices de comedia en Medida por Medida. Por su parte Cervantes abordó ese tema con un talante más didáctico.

Estamos a cuatrocientos años de los fallecimientos de Shakespeare y de Cervantes, ocurridos en abril de 1616 con apenas horas de diferencia. El poder y la tragedia marchan lado a lado en la obra del escritor inglés, en contraste con el enfoque adoptado por el español. No obstante sus diferencias estilísticas, el poder es una constante acerca de cuyos excesos ambos nos precaven.

Shakespeare debió actuar con cautela ante los riesgos del absolutismo. En 1612 publicó Enrique VIII, que concluyó con un encendido elogio de la que sería Isabel I, dueña de "todas las gracias soberanas". Shakespeare produjo la mayor parte de su fecunda obra en el periodo isabelino, y falleció bajo el reinado de Jaime I, otro príncipe ilustrado, autor de un texto central del absolutismo, The True Law of Free Monarchies. Para criticar los excesos puso en escena acciones y palabras que exhibían los efectos de la soberbia, de la codicia y de la corrupción, para generar la reprobación moral del público y del lector. A veces incurrió en inexactitudes deliberadas, como fue el caso de Macbeth. Le atribuyó ambición y crueldad desmedidas, cuando en la realidad no fue un tirano. Fue, eso sí, un remoto adversario de la familia del rey Jaime, a quien Shakespeare tal vez quiso halagar. En todo caso lo que interesaba al dramaturgo, además del arte, era fijar límites morales para impedir el desbordamiento de quienes ejercían el mando político.

Cervantes optó asimismo por la vía oblicua para sentenciar en contra de la opresión, y para ello se valió de un iluso y de un realista, preludio de la dialéctica, haciendo así inofensiva la fuente de la crítica. Don Quijote y Sancho dictan cátedra de buena política y de justicia...

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