Diego Valadés / Reformar para reconciliar

AutorDiego Valadés

Aunque la declaración formal de Presidente electo la hará el Tribunal Electoral máximo en septiembre, los datos del Instituto Nacional Electoral bastan para saber que ya fue elegido un nuevo jefe de Estado y de Gobierno, por una mayoría sin precedentes desde 1982.

El presidente Andrés Manuel López Obrador tendrá ante sí un desafío mayor: no defraudar las expectativas de sus partidarios y no confirmar los pronósticos de sus adversarios.

Hemos asistido a la más prolongada campaña política que se haya llevado a cabo en la historia mexicana. Ningún aspirante antes participó en tres elecciones presidenciales sucesivas como ocurrió con el candidato triunfante. Al margen de los resultados de los comicios de 2006 y 2012, es innegable que el futuro Presidente mantuvo vigente la expectativa de que la vía electoral era la única válida para acceder al poder, y contribuyó así a la paz social. Este antecedente pesó en el ánimo de millones de votantes en quienes la turbiedad propagandística no hizo mella.

El candidato electo supo ceñirse a los estándares de la democracia electoral. Ahora le esperan desafíos de gran magnitud. Cuando un político es profesional las derrotas fortalecen sus convicciones y temperan sus pasiones. Ambas cosas serán puestas a prueba porque del otro lado hay una sociedad impacientada por el cúmulo de adversidades, pero también sensata y madura, dispuesta a entender las buenas razones del poder.

Las instituciones públicas necesitan reformas profundas para estar en aptitud de resolver los grandes problemas sociales, jurídicos y políticos que padecemos. Hace dieciocho años nos quedamos en el umbral de los cambios porque el Presidente entonces elegido confundió los papeles y creyó que la transición era él mismo. La confianza en las instituciones se marchitó, pero puede renacer.

La campaña dejó una sociedad escindida donde alternan los entusiasmos vindicativos y los temores erosivos. Unos y otros requieren un cauce conciliatorio. El entendimiento y la convergencia de los mexicanos no dependen sólo de palabras y gestos amistosos; también hay que reformar para reconciliar.

El déficit de gobernabilidad corresponde a la inercia declinante de las actuales instituciones. Una conducción esforzada y pulcra ralentizaría ese proceso recesivo e incluso lo detendría por algún tiempo, pero la gobernabilidad no se recuperará sin los múltiples ajustes que las instituciones demandan.

El rotundo triunfo político y la esperanza...

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