Diego Valadés / Revolución

AutorDiego Valadés

Los aniversarios suelen deslizarse hacia la nostalgia o hacia la rutina. En el caso de la Revolución Mexicana ya ninguna de ambas cosas sucede: no se la extraña y casi no se le menciona. Desde hace décadas dejó de formar parte de las grandes efemérides y de ser ocasión para definir rumbos o proyectar a las personalidades políticas ascendentes. Desfiles y discursos cayeron en desuso. Los ritos también fenecen.

La Revolución fue parte del discurso nacional durante largo tiempo. Hablar de la historia permitía aludir a las reivindicaciones sociales y eludir las aspiraciones políticas. Incluso se llegó al extremo de devaluar la proeza de Francisco I. Madero, desdeñándolo porque en su movimiento prevaleció lo político. Frente a las conquistas sociales, las aspiraciones democráticas maderistas eran sólo una motivación burguesa secundaria.

Poco a poco la Revolución fue saliendo de escena hasta que quedó archivada cuando, por fin, la democracia se abrió paso. Entonces se invirtió el signo de las prioridades: como estaban siendo atendidas las exigencias políticas, las sociales quedaron demodé, y al cubierto del entusiasmo electoral floreció una economía neoliberal que produjo al segundo país más inequitativo de los 34 que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.

La experiencia nos muestra que la política social sirvió para diferir la democracia, y que ésta ha sido mal utilizada para reemplazar al Estado social, paternalista y burocratizado, por uno clientelar y más corrupto.

El proceso de trasmutación fue lento pero eficaz. El momento más radical de la experiencia revolucionaria se produjo en 1934, cuando por primera vez se utilizó la palabra socialismo en la Constitución, aunque se hizo en términos contraproducentes. En lugar de socializar al Estado, para subrayar su compromiso con la igualdad y la equidad, se socializó la educación, propiciando un dogmatismo invasivo en perjuicio de la niñez.

El socialismo constitucional fue derogado en 1946, con una afortunada fórmula socialdemócrata debida a Jaime Torres Bodet. La Constitución definió entonces la democracia como una estructura jurídica y un régimen político para "el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo". A partir de entonces el socialismo entró en una declinación irreversible, hasta desaparecer incluso en la denominación de los partidos.

En tanto que no hay un concepto unívoco de socialismo, varían las formas de entenderlo...

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