Cuando Dios se convierte en un problema

AutorRosario Novoa Peniche

Mucho se ha dicho que grandes injusticias se han cometido en nombre de Dios, quizá por ello y como recuerdo de una etapa histórica del México moderno, sangrienta y dolorosa, tenemos la máxima de que entre amigos o con la familia no se discute sobre religión.

Esta postura, que se ha reflejado también como parte de la ideología del Estado a través de la educación, encierra una verdad incuestionable: las creencias religiosas son asuntos que en tanto conciernen al alma se reducen a lo privado, a lo personal.

Cuando esto ha trascendido a lo público y se ha tratado de imponer una creencia privada como un asunto de todos, dictaminado ya sea por las iglesias o por los gobiernos, entonces sí que Dios se nos ha convertido en un problema; basta recordar la Guerra de los Cristeros, aún viva en la memoria de aquellos a quienes les tocó nacer en las décadas de los veinte y los treinta, y de quienes se han considerado herederos de dicho movimiento y todavía se manifiestan en prácticas públicas de cultos y celebraciones e, intermitentemente, han influido de manera importante en algunos movimientos sociales del centro del país a través de bases cristianas, así como dentro de muchas de las escuelas privadas de la región; y, desde hace un año, desde diversos puestos en el primer orden de gobierno del país.

La encarnación del mal

Las últimas décadas, pero sobre todo la de los noventa, con la implantación franca del neoliberalismo como referente económico, ideológico y finalmente social, han traído como consecuencia, por un lado, la globalización de ideas en abstracto que pocas veces pueden ser reproducidas y verse reflejadas bajo las condiciones de marginación y pobreza de naciones como la nuestra; sin embargo, el sueño neoliberal se ha apoderado de nuestros países y ello conlleva, por supuesto, fantasías relacionadas al bienestar de acuerdo a los patrones norteamericanos y la apropiación de verdades absolutas como libertad, razón, justicia, desde el punto de vista hegemónico del imperio (Estados Unidos). Ahora, además, otra verdad llega hasta nosotros (aun cuando en muchos casos no compartamos dichos dogmas), la única manera de creer en Dios es la "nuestra", o sea la de ellos, del imperio, que establece su concepción desde el punto de vista occidental y judeocristiano. Lo demás, lo de los "otros", "la otredad", no puede ser aceptado como bueno en tanto que no comparte esta concepción; entonces es malo, contrario a nuestra manera de concebir a Dios, de tal...

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