La diosa podrida

AutorGerardo de la Concha

Ella es la diosa a la que alguna vez también yo le rendí culto. Así, viéndola de frente, aprendí que es una diosa podrida. Repele y fascina porque la violencia se identifica con la muerte. Y es la muerte, dicho sin menoscabo de la ironía, el asunto más decisivo.

La violencia, esa diosa podrida. Hablar de esto no es fácil. Durante muchos años no pude hacerlo, pero me doy cuenta que la propia experiencia alimenta más claramente el razonamiento sobre las posturas asumidas.

A veces el barrio violento nos prepara, aunque el instinto gregario, primitivo y atávico, no alcanza los lindes de la fe que está detrás de todo culto. Sólo la violencia política tiene, junto con sus emociones arrebatadas, la fuerza de lo religioso.

Mi bautizo de fuego fue el 10 de junio de 1971, cuando la agresión de los halcones en Avenida de los Maestros y San Cosme a una manifestación estudiantil que tenía motivos bastante inocuos. A mi generación, formada en el romanticismo ideático y en el fondo acrítico de los profesores del 68, esa masacre que no pudimos evitar a pesar de haber enfrentado a los halcones, le confirmó el autoritarismo del régimen y legitimó el recurso de la guerrilla urbana. Los activistas estudiantiles se radicalizaron mientras la mayoría de los intelectuales -que hoy todavía mantienen el prestigio de vacas sagradas- fueron subyugados, por no decir comprados, por el líder del Tercer Mundo, Luis Echeverría.

De mi escuela cayeron una veintena de compañeros. La Brigada Blanca no se andaba por las ramas. Algunos de mis condiscípulos actuaban en los comandos clandestinos, otros colaboraban y, en general, el ambiente era el de una resistencia antigubernamental con el fervor incandescente de la adolescencia.

Algún día deberá contarse esa historia ignorada. Ahora pienso en muchos de esos amigos, de los que murieron y de los que sobrevivieron, y no puedo juzgar si esa pasión valió la pena; si, por ejemplo, el gesto de Juan Ramírez Duarte cubriendo la fuga de su gente hasta entregar la vida, la muerte de su joven esposa por la tortura y la desaparición de su hermano Rafael debe decirnos algo más que la referencia de unos tiempos violentos que no han cicatrizado, porque nadie ha querido realmente hablar de ellos, desmenuzarlos, ajustarles las cuentas.

La lección de los 70 fue dura y debería ser una enseñanza colectiva. Habría que lograr el principio de Grocio acerca de que la ley sirve en realidad a los más débiles, pues es una garantía para no vivir la ley de...

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