DISCULPE LAS MOLESTIAS / Mi ciudad

AutorJulio Trujillo

Clásico caso: estoy en la ciudad de Oaxaca y pienso en la ciudad de México. La traigo en la sangre, no es fácil soltarla. Soy la bestia metropolitana que se coló, un día, en la ciudad de Oaxaca.

Primerísimo asunto: Oaxaca, al menos la mía, se puede medir con los pies. El Distrito Federal no y está bien porque es la megalópolis que yo escogí, el monstruo incaminable, la bestia de mi adoración. Qué bueno que estoy en Oaxaca para pensar en ti: maldita ciudad. Ojalá todo fuera tan fácil como cuadricular treinta calles. Ojalá te conociera así, de golpe, con la experiencia de mis pies. Ustedes tal vez no lo sepan pero existe un género absoluto de poetas y escribanos en donde se ama y se odia a la ciudad de México. Han pasado todos por ahí: desde un señor Bernardo de Balbuena hasta un señor Luis Felipe Fabre.

Segundo asunto: mi ciudad es un cosmos. El paisaje que ahora veo es una ternurita de cuadrícula. Es algo tan cerrado que podría, si me esmerara, ser una costumbre. Y eso está bien: amaestrar nuestros pies a la colonia. Pero... todo se desborda en el Distrito Federal. No puedo contener esta metrópoli que, además, sigue creciendo como si su voluntad fuera perderme. Como si no me quisiera a mí únicamente. Como si decidiera sacrificar a sus peatones por sus conductores... Y no exagero tanto. Los urbanitas metropolitanos, los miles de chilangos, guardamos en la bolsa la promesa, sobregirada, ya imposible, de nuestra ciudad.

Y festejamos a las bicicletas. Y somos carne de su metrobús, señor gobernador. Pero parece que no computamos. Yo veo pasar los coches y concedo que así es, que así tiene que ser pero me doy, ahorita y con mi boing (guayaba), permiso para armar una ciudad en mi cabeza ligeramente más horizontal. Ligeramente más compacta para todos. Eso no...

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