Un domingo en San Felipe

AutorAndro Aguilar

Un hombre con gorra de beisbolista toma a puños la ropa amontonada como un tesoro que quiere convidar. Levanta una y otra vez las prendas que puede abarcar y las deja caer despacio, para que luzcan los colores

.-Escójale, damita. De a 50 la chalina. Parejo, de a 50 toda la chalina. ¡Barato, barato! -expresa a gritos.

Su aspaviento funciona. Mujeres de todas las edades ya rodean el puesto metálico y espulgan dentro de la montaña de ropa para aprovechar esa abundancia.

No es el departamento de damas en la venta nocturna de una tienda con rebajas sobre rebajas, es un mediodía en la Avenida Villa de Ayala, columna vertebral del tianguis que tiene la fama de ser el más grande de Latinoamérica, un domingo cualquiera en la Colonia San Felipe de Jesús, en el extremo noreste de la Ciudad de México.

No sólo chalinas se venden a granel. Otros puestos a lo largo del tianguis ofrecen prendas como si se tratara de chiles o jitomates con los precios pintados en cartulinas: "Ropa para niño: 2 x $15"; "Ropa mixta: $20"; "Chamarras: $30"; "Pantalones: $30". Parejo.

Sacos, camisas, pantalones, playeras, shorts, faldas, bermudas. No hay certeza sobre el origen de la mercancía y nadie lo cuestiona, se trata de aprovechar la ganga.

La "ropa de paca" es sólo un ingrediente de este tianguis en el que cabe la dualidad de todos sus artículos: ropa nueva o usada, herramienta oxidada o recién fabricada, refacciones grasosas o en su empaque de origen, películas originales o clonadas, calzado nacional o importado, perfumes auténticos o fragancias pirata, libros nuevos o apolillados. La variedad va desde una muñeca decapitada, la pieza oxidada que alguna vez dio vida a un motor, el opaco cofre de un "vocho", una pomada que promete curar la diabetes o el LP The Wall que Pink Floyd grabó en 1979.

Pero no sólo hay objetos de segunda mano, ahí está el smartphone de moda, una pantalla LED de 52 pulgadas o un perico silvestre, ofrecido en la vía pública como si nada. "Barato, barato".

Carlos Monsiváis miraba a la Ciudad de México como un inmenso tianguis. El de la Colonia San Felipe de Jesús podría servir de referencia, una pequeña ciudad que refleja el territorio al que pertenece: desordenado, bullicioso, rítmico, multicolor, caótico, diverso, aglomerado y, sí, también inmenso.

Una metaciudad dominical que se planta sobre el asfalto de más de 30 calles en un territorio que colinda con los dos municipios más grandes del Estado de México: Ecatepec y Nezahualcóyotl.

LOS PIONEROS

Ya pasó más de medio siglo desde que la primera pieza de fierro viejo se puso a la venta en la Colonia San Felipe de Jesús.

Organizados por un comerciante de Tepito, poco menos de 50 hombres tendieron sobre el suelo su mercancía: ropa y herramientas de segunda, zapatos deformados por el uso, piezas de metal sueltas que le sobraron a algún mecánico, entre otros cachivaches.

Todo era usado, pero nada, inservible; porque a las chácharas se les exprime hasta la última gota.

Aquélla era la mañana de un domingo de 1962, el año del centenario de la canonización de quien dio nombre a esa colonia: San Felipe de Jesús, el primer santo mexicano.

En aquel tiempo, este territorio pertenecía tanto al Distrito Federal como al Estado de México. Cuatro años atrás, apenas había sido inaugurada la primera tienda de autoservicio en la capital, poco frecuentada por la población de la periferia.

Ese primer domingo de tianguis, las chácharas satisficieron la demanda de la clientela que no alcanzaba a pagar el precio de esos artículos nuevos.

La mercancía era obtenida previamente por hombres que recorrían a pie las colonias de la ciudad e intercambiaban a las familias objetos inservibles por platos, tazas, vasos, luego de anunciarse a gritos como: "¡El cambiadooor de la lozaaaa!".

Aunque el primer día les fue bien -lograron vender más de la mitad de su mercancía en una comunidad conformada principalmente por obreros y militares-, la constitución del tianguis no fue sencilla.

Hubo enfrentamientos con los cuerpos policiacos que intentaron desalojar a los vendedores, pero el primer fierro viejo ya estaba sembrado sobre esa tierra recién habitada.

La costumbre de ejercer el comercio los domingos en estas calles -ahora ya pavimentadas- se ha repetido por 52 años.

Ese medio centenar de comerciantes fue pionero del tianguis que medio siglo después, según la Delegación Gustavo A. Madero, llega a recibir hasta 500 mil compradores en un día.

Luego de un año de investigación, el actuario Juventino Ruiz Martínez1 identificó el nacimiento de la primera organización de tianguistas en 1964 y la construcción del mercado 25 de Julio cuatro años después, con 250 locales, insuficientes para los casi mil vendedores que ya sumaban.

Algunos de los que no alcanzaron un local continuaron plantándose los...

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