Dora Maar y Lee Miller: El legado de la bella y la minotaura

AutorCarmen Boullosa

Sus respectivas estrellas brillaron muy alto y las dos se apagaron en vida. Ambas mujeres nacieron en 1907, fueron fotógrafas excepcionales y escritoras apreciables, frecuentaron los círculos surrealistas parisinos, colaboraron con Man Ray, sostuvieron amistad cercana (o más) con Picasso, gozaron de celebridad y aprecio, una estuvo de los dos lados de la lente y la otra en los dos frentes del pincel, fueron modelos y artistas. Las dos sostuvieron relaciones sentimentales tormentosas.

Las coincidencias contienen diferencias: Dora Maar es la mujer que llora en el Guernica, Lee Miller fue llamada "la mujer más hermosa de la tierra", está en la portada de Vogue, encarna el prototipo de la belleza de los años 20, y cuando le llega el momento de atestiguar las desgracias descomunales del Holocausto no reaccionará con llanto o una actitud plañidera.

Dora Maar será poeta y mística; Lee Miller, corresponsal de guerra, de ser la chica de la portada pasó a ser testigo y cronista. Las mejores fotografías de Dora Maar son bellas joyas surrealistas insuperables, de inteligencia poética y de imaginación desenfadada. Arma montajes con escenas que parecen provenir del escritorio de los grandes filósofos de su tiempo, cuenta historias irreverentes y trasgresoras, inventa otras realidades. Hay que hacerle justicia y decir que es una de las grandes de su tiempo. Las fotografías de Lee Miller tienen dos facetas, también hizo obras que podríamos llamar surrealistas, cuando era cercana a Man Ray, pero su temperamento imaginativo tiene menor intensidad y filo que el de Dora Maar, más elegancia impostada y cuando espontáneas son más infantiles, inocentes -en una Max Ernst aparece gigante al lado de una pequeña Dorotea del Mago de Oz, con un desenfado como de cuento de hadas-, diría yo que dulces. Su inocencia es virtud, sus imágenes tienen gran frescura. Paradójicamente, tienen su mejor momento cuando toman escenas de la Segunda Guerra. Lee Miller muestra al mundo por primera vez los horrores del campo de concentración de Dachau y de Buchenwald. Los hechos espantosos parecían no dejar espacio para una voz poética, pero ella encontró este camino imposible. En una de sus imágenes, la hija de un alto mando nazi, elegantemente vestida, acaba de suicidarse, tendida en un sofá como personaje de novela romántica; un cadáver flota en una charca abominablemente hermosa; alguna estatua al caer luce entre las ruinas como la joya perdida en el bolsillo. También documentó con...

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