Drama común e inadvertido

AutorAntonio Bertrán

ACTO PRIMERO

Balcón de un hotel en Cancún. Atardece. Maureen entra con sus 110 kilos de peso. Lleva una blusa y falda anchas, y medias. Contempla la puesta de sol y se sienta con expresión de cansancio. Unos segundos después las patas de la silla de plástico se abren y Maureen se da un sentón. Su marido entra apurado y la ayuda con dificultad a levantarse.

MARIDO.- Ay, mi corazón, mira lo que ya te está pasando con el sobrepeso. Ahora sí tienes que hacer algo, por favor...

Maureen Mosti había aceptado con resignación el plan familiar de ir a la playa. Estaba consciente de las incomodidades que viviría debido al sobrepeso que la martirizaba desde la infancia.

Los inconvenientes empezaron nada más abordar el avión: Mientras caminaba por el pasillo en busca de su lugar sentía las miradas de los pasajeros y podía leer su pensamiento: "¡Que no le toque junto a mí!".

Antes de apretujarse en el asiento, la mujer tuvo que vencer la pena de solicitar a la sobrecargo una extensión del cinturón de seguridad. Cuando pasó el carrito con las bebidas, se lo pensó dos veces porque le sería imposible colocar la charola frente a sí en posición recta. E ir al minúsculo baño implicaría otro problema.

Ya en la playa, a pesar del calor prefería usar medias para evitar que las piernas se le rosaran por la fricción al caminar. El traje de baño para disfrutar del mar con sus hijos estaba totalmente descartado.

"Cuando tienes sobrepeso no puedes jugar con tus hijos", explica la enfermera de 55 años y 1.61 metros de estatura. "No los llevé a Disneylandia cuando eran niños porque iba a ser muy difícil para mí caminar por todo el parque y no sabía si cabría en los juegos".

Las limitaciones en las actividades cotidianas, más allá de los daños colaterales a la salud como diabetes, hipertensión y problemas cardiovasculares y osteomusculares, son la tragedia más tangible de tener sobrepeso, una situación con la que viven en México 26 millones de personas según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012.

Sentarse a la mesa en un restaurante, comprar un coche, cortarse las uñas de los pies o amarrarse los zapatos, cruzar la pierna y, en algunos casos extremos, asearse ciertas partes del cuerpo o tener intimidad con la pareja se dificultan particularmente.

"Lo primero que ves al entrar a un restaurante son las sillas porque si tienen brazos vas a sufrir para entrar", advierte Maureen. "No puedes comprar el coche que te gusta, sino en el que vas a caber".

Como muchos de...

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