Dubai: De oro sólido

AutorPatricia Miranda

Enviada

DUBAI, Emiratos Árabes Unidos.- Allá, donde el canto del muecín llamando a la oración se escucha con más claridad, se observa otra cara de Dubai, mucho menos maquillada, más intensa y natural.

A pesar de la dureza del clima desértico, su cutis no está ajado. Basta asomarse por Dubai Creek, esa ensenada del Golfo Pérsico que divide a la ciudad en dos partes -Bur Dubai y Deira- para constatarlo.

Al recorrer el Bastakiya Quarter, una de las áreas más viejas de Bur Dubai, se ven casas tradicionales con las llamadas torres de viento y laberintos por donde vendedores persas ofertaban textiles y perlas.

Hoy la negación del ocio, entendida como negocio, sigue rigiendo. El zoco, las calles de Little India, Meena Bazar y todas esas tiendas que en maniquíes y puestos presumen desde refinados saris y estuches para hacer tatuajes de henna hasta las típicas camisetas del recuerdo que rezan "I love Dubai".

Mantones, mantillas, zapatos "aladinescos", camiserías... Al andar por aquí se comprende por qué las mejores tiendas de textiles y casimires en occidente son propiedad de gente que responde a apellidos árabes.

Quienes gusten de vestir con ropa a la medida no tienen más que comprar telas y acercarse a los sonrientes sastres, que están sentados tras sus máquinas de coser en las banquetas.

Un gozo especial se siente al cruzar el Hindi Lane, un pasillo repleto de parafernalia religiosa: canastas de frutos, sándalo y guirnaldas de flores muy parecidas a las de cempasúchil.

Dicen que los viernes hay una vibra especial, pues los trabajadores de la construcción, muchos provenientes de India y Pakistán, aprovechan su día libre para cortarse el cabello y comprar alimentos picantes.

Si emociona ver el movimiento mercantil que se genera en el Dubai Creek, con esas embarcaciones de vela de origen árabe llamadas dhows que transportan mil y un productos, la catarsis llega al abordar uno de los taxis acuáticos conocidos como abras, para llegar al otro lado del Creek, a la especiada Deira.

Apenas pisarla, el viajero va al Mercado de las Especias para inhalar embriagadores aromas: incienso y mirra. Hay que llevar a casa aunque sea un poquito de esos coloridos montones donde el cardamomo, el clavo, el comino, el tomillo, el ajonjolí y el azafrán son los protagonistas.

El calor, los aromas, los ojos árabes mirando fijamente. Todo embona para sentirse princesa de un cuento por un día.

La gran parada obligada se realiza en el Mercado del Oro, el más grande de oriente...

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