Eduardo Caccia / El otro buen fin

AutorEduardo Caccia

Por alguna razón que no alcanzo a comprender, los mexicanos somos, en general, mejores para criticar que para hacer. El ejercicio de la crítica nos sienta bien, es algo tan cercano y común como el tequila y el mariachi en una fiesta patria. La crítica no es gratuita, se alimenta de la duda. Por razones históricas somos desconfiados, y en una nación de incrédulos, la duda es el pavimento por donde avanzan las explicaciones. En los mandamientos no escritos de nuestro código cultural se leería: Si algo existe, es sospechoso. Y también: Si algo es demasiado bueno, es más sospechoso.

Hace unos días recorrí un lugar donde se conjugan los motivos, un crisol donde cabe la fe, la ciencia, la esperanza, las muecas de dolor y las sonrisas, los pies inmóviles y los pequeños pasos, el aplauso por un leve movimiento y el silencio ante la postración definitiva; un lugar que oculta mensajes en su arquitectura, ese lenguaje de piedra que honramos tanto de nuestro pasado, salvo que aquí, no baja Quetzalcóatl, aquí, en este lugar, la arquitectura invita al movimiento, ese antagónico de la parálisis que todo lo anquilosa, detiene, agota, mata. Un lugar donde se apuesta por el color vibrante, esa forma tan mexicana de decirle al mundo que somos alegres y festivos.

Este lugar es un sitio de lucha diaria. Pude ver una madre empujando en una silla de ruedas a su pequeño hijo. Entraron a la capilla. La escena era conmovedora, escuché un diálogo silencioso. A unos metros de ahí, en una gran piscina cubierta, varios papás y mamás alentaban los primeros pasos de sus hijos en edad de escuela primaria. A un lado de la alberca, las instructoras o terapeutas dirigían el breve oleaje de una terapia al día.

Se abrió la puerta y me pareció estar en uno de esos espacios de rayos X. Durante mi infancia fui varias veces atendido en clínicas del ISSSTE. Hoy sé lo que es una atención médica en instituciones privadas, pero nadie me puede contar qué se siente ser paciente, o víctima, de los organismos públicos del sector salud. De pronto recordé unas lúgubres salas de espera donde el nombre "paciente" toma sentido fatal, de pronto recordé que alguna vez fui un número de expediente en un fólder descolorido con un escudo oficial donde unas supuestas manos protegen a una familia...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR