La encarnación moderna del caníbal

AutorSilvia Isabel Gámez

Armin Meiwes ocultaba a los ojos de su madre los pedazos de cuerpos de muñecas que disfrutaba coleccionar. Tocarlos era un placer solitario, que crecía al observar las fotos de víctimas de asesinatos que archivaba en su computadora.

El ex sargento del Ejército alemán de 41 años, un apacible técnico en informática para sus vecinos de Rotenburgo, mantuvo sus fantasías violentas en el terreno de lo virtual hasta que descubrió en internet el medio para realizar su máxima perversión.

En marzo de 2001, publicó un anuncio que decía: "Busco un hombre de 18 a 30 años, bien formado, para sacrificarlo". El ingeniero berlinés Bernd Juergen Brandes, de 42 años, sobrepasaba la edad, pero su condición sadomasoquista lo convertía en el candidato perfecto para el ritual caníbal.

Fue Brandes quien propuso a Meiwes que le cortara el pene, para satisfacer antes de morir el sueño de saborear sus propios genitales. Veinte tabletas de somníferos y media botella de aguardiente lo inmunizaron contra el dolor; después, ambos compartieron el órgano, que fue aderezado con pimienta, sal y ajo.

El llamado "caníbal de Rotenburgo" filmó con una cámara de video la escena. Tras degollar a Brandes, procedió a descuartizarlo. Calculan que, antes de buscar una nueva víctima, consumió 20 kilos de su carne, cuyo sabor comparó con el del cerdo frente al tribunal de la Audiencia Provincial de Kassel, que lo juzga en estos días.

Los mitos no desaparecen, advierte el antropólogo y sociólogo político Roger Bartra al reflexionar sobre este caso; sobreviven y coexisten con la sociedad moderna y posmoderna encarnados en seres reales.

El pacto caníbal que tuvo lugar en Rotenburgo, altamente ritualizado, buscaba responder preguntas sobre la identidad, según el estudioso del mito del hombre salvaje europeo.

"Me parece que el informático y el ingeniero realizaron un acto religioso, y que en su mente había ciertas preocupaciones sobre el destino del alma, la individualidad y la importancia del cuerpo. Recordemos que los romanos creían que las sectas cristianas eran caníbales y que, en celebraciones como la eucaristía, devoraban la carne de un niño, su dios, y bebían de su sangre", afirma el autor de El salvaje artificial y El salvaje en el espejo.

A los teólogos medievales les preocupó el canibalismo, indica Bartra, porque ignoraban el destino que, llegado el juicio final, tendrían los cuerpos de quienes habían sido devorados.

"El caníbal alemán parece tener una preocupación similar. Y sobre todo la víctima devorada, que quería saber qué pasaba...

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