Enrique Krauze / El ardid y el valor

AutorEnrique Krauze

En su historia bicentenaria, Venezuela ha padecido la opresión como ningún otro país, y como ningún otro ha valorado la libertad. Fue la primera en decretar la independencia y fue la cuna del libertador. Su himno nacional es quizá el más antiguo de todos. Hace unos días, el venezolano Gilbson P. Beltrán me mandó por Twitter la que (según entiendo) es la versión original, tal como corría -con guitarra barroca y voz- en abril de 1810 en las calles de Caracas. La estrofa de inicio es la misma del himno actual:

Gloria al bravo pueblo

que el yugo lanzó

la ley respetando la

virtud y honor

Pero, por algún motivo, la estrofa siguiente no se canta ahora. Puede escucharse (youtu.be/-CAah5irQPg) con emoción contemporánea:

Pensaba en su trono que el ardid ganó

darnos duras leyes el usurpador

previó su cautela nuestro corazón

y a su inicuo fraude opuso el valor

Con la sola excepción de Haití, ningún país iberoamericano, ni siquiera México, sufrió una devastación similar a la de Venezuela en las guerras de independencia. No obstante, fueron tropas populares venezolanas las que contribuyeron decisivamente a la liberación de la actual Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. En el camino, Venezuela perdió una cuarta parte de la población y casi toda su riqueza.

Merecía un destino mejor, pero el personalismo político -la herencia oscura del luminoso libertador- marcó su destino. A cada experimento de institucionalidad política (como el que inicialmente encabezó José Antonio Páez) siguió un periodo de inestabilidad, caudillismo y violencia, y a la postre una larga dictadura, que lo mismo podía ser de oropel y vanagloria (como la de Antonio Guzmán Blanco a fines del siglo XIX) o de hierros, grilletes y sangre (como la de Juan Vicente Gómez, en las primeras décadas del XX).

Frente al régimen de Gómez se alzó la Generación de 1928, que soñó una Venezuela democrática y trabajó por ella. La integraban, entre otros, Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Miguel Otero Silva. Tras la muerte (en su cama, claro) del dictador en 1935, y luego de dos gobiernos castrenses moderados, una alianza entre civiles y militares propició las primeras elecciones libres en Venezuela, que llevaron al poder a un renombrado escritor, Rómulo Gallegos. Casi de inmediato, el golpe de Marcos Pérez Jiménez acabó con el ensayo. Siguió una dictadura de diez años. Pero los demócratas no cejaron. Y por fin, en 1959, Betancourt, Villalba y Rafael Caldera pactaron el advenimiento de la democracia: la...

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