Enrique Krauze / Fascista americano

AutorEnrique Krauze

La portada de Letras Libres de octubre presentaba un acercamiento al rostro rollizo y arrogante de Donald Trump, con un bigotillo recortado en el que se leían dos palabras: fascista americano. Estamos orgullosos de esa portada. Nos repugnan los demagogos que no solo aspiran al poder sino al poder absoluto. Más aún si predican el odio por motivos de raza o religión. Nos recuerdan el Mal absoluto encarnado por Hitler.

Es obvio que no solo Hitler encarnó el poder y el Mal absolutos en el siglo XX. También lo encarnaron Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, fanáticos de la ideología que con el aura de una legitimidad revolucionaria sacrificaron, en conjunto, a más personas que Hitler. ¿Y qué decir de sus homólogos en América Latina, los sangrientos tiranos que manchan nuestra historia? ¿O los militares genocidas, Pinochet y Videla? Pero en esa galería del horror destacan también nuestros "buenos dictadores", escogidos, ungidos y hasta elegidos por sus pueblos gracias al hechizo de su palabra y al magnetismo de su persona. Dejaron tras de sí un sistema mentiroso, opresivo, empobrecedor y, por desgracia, duradero: el peronismo (esa caricatura del fascismo italiano), el castrismo (ese bolchevismo con palmeras) y el chavismo (caricatura del castrismo, que a su vez engendró al sádico y vulgar Nicolás Maduro).

Estos, los amados por el pueblo, son los que más me intrigan (quizá por el tufo hitleriano que despiden). Nunca ha dejado de sorprenderme (y horrorizarme y repugnarme) la voluntad de los pueblos que, a lo largo de la historia, han decidido entregar todo el poder (no delegarlo: cederlo, regalarlo) a una persona supuestamente salvadora, providencial, que promete el cielo en la tierra o la vuelta a la Edad de Oro y lo que provoca es el infierno. Esa extraña sumisión de la masa a los demagogos se dio en Grecia, en Roma, en las ciudades-Estado del Renacimiento, y arrasó con las democracias y las repúblicas. En el siglo XX ocurrió dramáticamente con Mussolini, y sobre todo con Hitler, cuyo odio racial llevó a la hoguera a sesenta millones de seres humanos: judíos, rusos, polacos, ingleses, alemanes, gitanos, japoneses, estadounidenses.

¿Qué hay detrás de la servidumbre (el hechizo) de los hombres ante el poder personal? Tal vez sea el espejo de la personificación de Dios: la deificación de la persona. O la huella indeleble del monarquismo que predominó por milenios, con sus...

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