Enrique Krauze / Lamentación por Rafael Tovar

AutorEnrique Krauze

Era Rafael Tovar y de Teresa un amigo extraordinario. Al enterarme de su muerte (tristísima, prematura, injusta) vinieron a mi mente sus actos de generosidad. Un día, conversando sobre música clásica (su pasión rectora), me preguntó cómo la escuchaba. "En CDs, en la radio", respondí. "Pues yo tengo cerca de cien mil discos y CDs capturados en el iPod -me dijo-, si quieres mándame uno con la capacidad suficiente y te lo transfiero completo". Dicho y hecho. No solo recibí el aparato con ese tesoro que me acompaña en las tardes sino un inmenso catálogo con el registro de cada autor, composición, intérprete, etc. Esos actos eran característicos de Rafael.

Más que un funcionario cultural fue un servidor público de la cultura, el más sobresaliente desde Jaime Torres Bodet. Rafael poseía una sólida formación clásica y una cultura vastísima en las artes y las humanidades, y supo aplicarlas a mil iniciativas (conciertos, exposiciones, ediciones, festivales) con sentido de oportunidad y buen gusto. Su divisa no era hacer muchas cosas sino hacer las necesarias, siempre bajo un criterio de excelencia. Tenía una curiosidad alegre e insaciable, un notable equilibrio de juicio, un trato finísimo y la prudencia necesaria para navegar por las aguas turbulentas de nuestro medio cultural. Rafael, en una palabra, se llevaba bien con todos (o casi con todos) no porque les diese a todos por su lado sino porque sabía reconocer la valía de cada quien. Aristócrata del espíritu, nació inmune a la envidia. Celebraba el bien ajeno, lo veía como propio.

Igual que su hermano Guillermo (que se fue como él, antes de tiempo, dejando un hueco inmenso) Rafael sintió su linaje como el llamado a la preservación de la memoria. Escribió libros muy apreciables sobre don Porfirio cuya posteridad, con razón, le parecía injusta. Al acercarse el bicentenario en 2010 acarició la idea de encabezar un esfuerzo nacional que fuese digno de las Fiestas del Centenario de 1910. El Gobierno no lo apoyó pero Rafael vertió aquella modesta utopía suya en un libro de homenaje a ese momento estelar de la época porfiriana.

Cuando un amigo se va uno quiere retener lo específico suyo, un retrato íntimo que perdure. Cierro los ojos y lo veo saliendo de la National Portrait Gallery en Londres. Fue un encuentro fortuito. Iba vestido impecablemente, como siempre, con su inconfundible Tweed (gusto que compartía con...

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