Enrique Krauze / Si Madero no hubiera muerto

AutorEnrique Krauze

Para Nina y Lorenzo Zambrano.

El Centenario de la Revolución es un buen momento para plantear la más herética de las preguntas: ¿qué habría pasado si Madero, en vez de optar por las armas, hubiese persistido en la vía pacífica? Era posible. Tras recorrer todo el país en las primeras -y últimas- giras políticas genuinamente democráticas del siglo XX, el valeroso e idealista empresario coahuilense que en 1910 cumplía apenas 37 años de edad, gozaba de una simpatía general. Había construido las mejores "redes sociales" de aquel tiempo (y aun de éste), había fundado multitud de clubes democráticos, había levantado el ánimo cívico de México. El grito del momento era "¡Viva Madero!". Al sobrevenir el fraude electoral, como sabemos, Díaz lo mandó arrestar en San Luis Potosí, lugar donde proclamó el famoso Plan que contenía la fecha exacta en que estallaría la Revolución. Pero supongamos que justo en ese trance, Madero decide consolidar su movimiento democrático, y funda una institución política permanente. ¿Cuál futuro le habría aguardado, a él y al país?

Díaz difícilmente lo habría fusilado. Llevaba años de acosar y encarcelar a los opositores, pero los tiempos de "Mátalos en caliente" (la feroz represión a los Lerdistas en Veracruz, en 1879) habían quedado muy atrás. Fue un represor implacable con yaquis, mayos y mayas, pero a los anarquistas los condenó al ostracismo y la cárcel, no al paredón. En su ocaso, en el año del Centenario, "Don Porfirio" quería la gloria y la respetabilidad (que obtuvo, fugazmente, en las fiestas) y por eso genuinamente temía "desatar al tigre de la violencia" que tan bien conocía desde sus años de rebelde chinaco. Con toda probabilidad, Madero habría recobrado la libertad.

Ese desenlace ¿habría sido mejor para México? La mitología histórica tiene la respuesta automática, pero a la luz del sufrimiento que provocó la Revolución Mexicana cabe repensarla al menos un poco. Nadie sugiere que el orden porfiriano debía prevalecer. El liberalismo campeaba en los órdenes en que necesitaba modificarse (el social, el económico) y faltaba en el único que reclamaba su restablecimiento inmediato (el político, el democrático, el constitucional). Esta situación era injusta, anacrónica, inadmisible, insoportable, pero ¿era preciso estallar una Revolución para transformarla? El envejecimiento de Porfirio, el ascenso mundial de las ideologías socialistas, la pujanza incluso del catolicismo social nacido de la Encíclica Rerum Novarum de...

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