Enrique Krauze / Retrato de poeta en el café

AutorEnrique Krauze

Al morir Tomás Segovia recordé dos imágenes suyas de los años setenta. Una pareja camina por la avenida Orizaba, cerca del antiguo Colegio de México. Van abrazados, brincando grandes trechos, borrachos de alegría como novios adolescentes. Ella lleva un vestido color kaki, es rubia, juncal y hermosísima. Él posee el rostro de un noble caballero español y podía haber sido modelo de Velázquez de no ser por el atuendo juvenil y su cuidada cabellera sesentera -oro a veces, otras plata- que ondulaba a su paso. Eran Tomás y Mary. Ella debió estar en sus veintes y él cerca de sus cincuenta, pero la estela de su amor me ha llegado hasta ahora.

Es a Mary a quien Tomás dedica los poemas de Figuras y melodías (1973-1976) que se recogen en el tomo de su Poesía (1943-1997) editado por el Fondo de Cultura Económica con motivo del Premio Juan Rulfo (2005). Se trata de poemas libres, en prosa, sonetos y pensamientos breves ("Friso con desnudos escritos") que han sido la compañía de muchos lectores enamorados, y merecen serlo de muchos más: "Mujer desnuda, lugar donde la desgarrada vida cicatriza". No son rudos poemas eróticos (Tomás, siempre elegante, sabe donde detenerse) ni postulan metafísicas amorosas (le importa más el amor inmediato que sus significaciones trascendentes). Son poemas de amor -de una amorosa materialidad- escritos por un hombre a una mujer en torno al encuentro de los cuerpos. Elijo un fragmento, al azar:

Toda una noche para mí tenerte

sumisa a mi violencia y mi ternura

toda una larga noche sin premura

sin nada que nos turbe o nos alerte.

La poesía de Tomás nos acompañó en la dicha amorosa pero también en el desamor, el abandono y la soledad. Para esos tramos oscuros de la vida, Cantata a solas (1983) es -me decía un amigo- casi "un manual de sobrevivencia".

La otra imagen de Tomás me remite a un café en la calle de Hamburgo en la Zona Rosa. Es una tarde y los comensales en las mesitas discuten, se miran y parten los pastelillos. Junto a ellos, un hombre solitario, con la mirada clavada sobre el papel y los dedos peinando la melena, escribe. Es Tomás Segovia. Era su habitat natural, como confesó hace poco a Christopher Domínguez Michael (en una entrevista que publicaremos en Letras Libres): "Soy un señor que escribe en los cafés... sin ningún pudor, sin ningún temor, sin ninguna aureola... quienquiera me interrumpe, todo mundo, y me dejo interrumpir... ando por ahí, me suenan cosas, me siento en un café y escribo".

Había algo nomádico...

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