Enrique Krauze / Tabasqueños suicidas

AutorEnrique Krauze

"Hay un instinto suicida en el político tabasqueño", me dijo hace algunos años Arturo Núñez, en una sabrosa charla aérea hacia Cancún. Núñez me ha parecido siempre una persona seria, honorable y culta, y por eso tendí a creerle. La extraña teoría, según me explicó, no era suya sino de su paisano Gustavo Rosario Torres, un tabasqueño psicólogo de tabasqueños. Tiempo después conversé telefónicamente con el autor y me la refirió con más detalle. Echando cuentas, pienso que contiene una gran verdad.

La historia comprueba que sólo once estados de la República se han privado de tener un presidente. La razón puede ser fortuita en el caso de Sinaloa, Nayarit, Chiapas, Baja California Norte o Morelos, pero acaso no en el de Zacatecas (castigado en el siglo XIX por sus rebeliones en tiempos de Porfirio Díaz), Quintana Roo y Baja California Sur (castigados por su origen reciente y su posición remota), Tlaxcala (castigado por su pobreza), Yucatán (castigado por su temporal secesión en el siglo XIX) y Tabasco, castigado por el gen suicida de sus propios políticos.

¿Por qué el vicepresidente José María Pino Suárez decidió quedarse con Madero y compartir su trágica suerte, en vez de retirarse hacia territorio seguro, proteger el régimen democrático y, tras el sacrificio del "Apóstol", convertirse en presidente? No creo que el mismísimo Federico Katz -gran conocedor del tema, a quien le ha intrigado la cuestión- haya arribado a una explicación racional. Yo ahora creo que fue el gen suicida del tabasqueño.

¿Por qué Tomás Garrido Canabal orquestó la matanza de católicos frente a la parroquia de San Juan Bautista, en Coyoacán? En su gira por Tabasco como candidato presidencial, Lázaro Cárdenas había quedado muy impresionado con el experimento de modernización agrícola y ganadera de Garrido. Por eso, en un gesto simbólico, Cárdenas votó por él para la Presidencia, y en su momento lo designó secretario de Agricultura. Quería "tabasqueñizar a México"... sólo en ese sentido. Pero Garrido, presa de sus demonios, no supo entender los nuevos tiempos ni el mensaje del Presidente. Cuando al poco tiempo sus huestes derribaron la imagen de la Virgen de Guadalupe en el santuario de Cuernavaca y la arrastraron por las calles de aquella ciudad, Cárdenas se sacó de quicio y lo destituyó de su cargo, para luego enviarlo a un exilio como embajador en Costa Rica, de donde regresaría a morir, a una edad prematura. En 1940, de haber apoyado con su dinamismo la reforma agraria de...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR