Entrevista / Graciela Iturbide / 'Mañana quizás el aire'

AutorHéctor García

FOTO: HÉCTOR GARCÍA

De alguna forma, Graciela Iturbide es un pájaro.

El poema Condiciones del pájaro solitario, de San Juan de la Cruz, se lo recuerda incesantemente: "Son cinco: / la primera, que se va lo más alto; / la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su naturaleza; / la tercera, que pone el pico al aire; / la cuarta, que no tiene determinado color; / la quinta, que canta suavemente".

Esta fotógrafa, que hoy protagoniza el cierre de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara al recibir el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez, abrió sus alas muy joven, nutriéndose de instantes y sorpresas. En su vuelo, ganó el Premio Hasselblad 2008 (el "Nobel de la Fotografía"), y el Nacional de Ciencias y Artes en 2009.

No paran los reconocimientos para Graciela Iturbide, y ahora termina el año con el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez, de la FIL. ¿Qué afianza la carrera hecha de instantes?

Qué bonita pregunta. ¿Qué afianza?, yo creo que el placer de trabajar. Siempre una trabaja por puro placer. No trabajas para premios ni para tener. A veces pides becas, porque las becas te ayudan a trabajar y a seguir proyectos, pero una trabaja en la fotografía porque le gusta, porque te encuentras con muchas cosas de la cultura en diferentes partes del mundo, en tu propio país. A mí me sorprende mucho. Yo digo que la fotografía es un pretexto para conocer el mundo y la cultura. Es lo que me gusta, me encanta. Ojalá pueda seguir trabajando porque para mí es muy importante.

¿En que instante exacto de tu vida te diste cuenta que esto era lo tuyo?

Yo quería ser escritora de niña. Evidentemente, mi familia que era muy conservadora me dijo que no, que cómo iba a ir a la universidad. Me caso muy joven. Empiezo a estudiar cine. Tengo la suerte de conocer a Manuel Álvarez Bravo en la escuela de cine, me vuelvo su achichincle, su ayudante y ahí me doy cuenta de que era más fácil ser fotógrafo. En esa época, tenías que llevar unas cámaras que cargabas, que eran muy pesadas, equipo, rollos, ayudantes... para poder hacer cine. La verdad, cuando me di cuenta de que con una camarita podía recorrer el mundo, y con Álvarez Bravo, una persona tan maravillosa, tan fina, tan culta, tan poética, dije: "quiero ser fotógrafa", y dejé el cine.

Leí que lo conociste y al día siguiente ya estabas trabajando con él...

Sí. Estaba trabajando con él de achichincle, pero la verdad es que yo nada más lo veía trabajar. Veía cómo movía la charola y de repente yo también la movía. Mi enseñanza realmente fue sobre la vida, no sobre la fotografía. Claro, lo veía trabajar; veía las impresiones, aprendí mucho de fotografía. Nunca me dijo "tus fotos son buenas" o "tus fotos son malas". Jamás me dijo nada, pero me enseñó tanto de pintura, de literatura... No era una gente mafiosa, no era una gente que le interesara el poder. Me encantó haberlo conocido y yo creo que ha sido la mayor suerte que he tenido en mi vida.

Trabajaste año y medio con él nada más, ¿pero lo seguiste frecuentando?

Sí. Yo vivo en este barrio (Coyoacán) porque cuando me separé él vivía aquí a dos cuadras. Dejé de ser su asistente porque...

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