Ernesto Diezmartínez / Con licencia para resucitar

AutorErnesto Diezmartínez

Un asesino hace amistad con alguien que es todo lo contrario de lo que el criminal representa. No es una mala idea, aunque ha sido usada en muy pocas ocasiones -y acaso por eso mismo sigue siendo una buena idea-. De hecho, hasta donde recuerdo, además de la magnífica novela de Patricia Highsmith El Juego de Ripley (llevada al cine dos veces, como El Amigo Americano, en la versión fallida de Wim Wenders de 1977, y en la lograda relectura de Liliana Cavani de 2002), sólo existe otro digno antecedente de la relación asesino/hombre-común: la divertida y perversa comedia Compadres (Wilder, 1981), con Walter Matthau como impasible matarife a sueldo y Jack Lemmon como un histérico suicida que termina siendo cuate del alma del criminal.

Más cerca de esta inolvidable comedia amoral de Wilder que de la inquietante obra de Highsmith, se encuentra Matador (The Matador, EU-Alemania-Irlanda, 2005), quinto largometraje del artesano especializado en thrillers Richard Shepard.

Filmada enteramente en nuestro país, con un habilidoso uso de locaciones chilangas por parte de Shepard, Matador es la primera película protagonizada por Pierce Brosnan después de su salida de la franquicia de las cintas de James Bond y, por lo mismo, el filme termina convertido en una inevitable reflexión sobre el envejecimiento del propio actor irlandés, quien interpreta a un asesino profesional que hace migas con un amable ejecutivo clasemediero (Gregg Kinnear) cuando los dos se encuentran en un hotel de la Ciudad de México.

Lo que hace más interesante esta ingeniosa mezcla de comedia y thriller es que ninguno de los personajes actúa como uno podría haber esperado: el asesino está pasando por una etapa en la que...

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