Escalera al cielo / Bonnefoy en Guadalajara

AutorChristopher Domínguez Michael

Se agrega el nombre del mayor poeta vivo en lengua francesa a una lista reducida, pero respetable de creadores entre los que se contaban, hasta este año, sólo poetas en lengua española como Nicanor Parra, Cintio Vitier, Olga Orozco, Juan Gelman, Rafael Cadenas y Tomás Segovia.

Como de pocos escritores contemporáneos, es fácil hablar de Bonnefoy (Tours, 1923) sin decir nada interesante. Su obra poética es breve: lo esencial no rebasa tres o cuatro libros, asombrosos por predicar la mesura y la imperfección en un momento ruidoso y angustiante de la historia, la segunda posguerra, donde aparece Bonnefoy como un poeta de 25 años pronto aburrido no sólo de las guerras filosóficas y políticas del existencialismo sino del surrealismo y de sus fórmulas mágicas. De aquellos primeros poemarios yo prefiero el Anti-Platón (1947), pero no en la versión abreviada de 1962 (Bonnefoy, como su amigo Octavio Paz se ha autocorregido con escrúpulos: no encuentro otra manera de hacerlo) y Hier Regnánt Désert (1958), donde confirmo la virtud capital que el crítico Jean Starobinski destaca en su obra: el encuentro con el mundo como el lugar al que hemos sido remitidos, ya sea como condena o como salvación. Este estudioso de las religiones y editor él mismo de un monumental diccionario de mitologías y de religiones cree en la inmanencia, lo divino es presencial y acaso instantáneo. "Alrededor de esta piedra hierve el tiempo", dice Bonnefoy y si de todos sus poemas hubiera que escoger un título, yo no vacilaría y le daría el de Piedra escrita a toda su obra.

Bonnefoy predica el amor por lo real y repudia la creencia de que vivimos en una prisión. Eso no lo hace un poeta realista, coloquial o vernáculo aunque aprecia la canción popular y ha dedicado alguno de sus ensayos de poética, los que lo llevaron a tomar esa cátedra, la del fallecido Roland Barthes en 1981, en el Colegio de Francia, a distinguir (siguiendo al medievalista Paul Zumthor) entre la oralidad y la vocalidad. Bonnefoy es un poeta puro, quizá el último que no se sentiría ofendido por esa calificación.

La poesía, según dice Bonnefoy en La Communaute des Critiques (2010), es una doble actividad: una tentativa frontal por acceder a la presencia, pero también una recaída, inevitable, incesante, capaz de iluminar la condición humana y permitir a los hombres y a las mujeres, aquí o allá en el mundo, hacer de su espera, quizá decepcionada, una reflexión compartida. Es una dualidad y un camino. Se puede...

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