Escalera al cielo / Cine de tecnocultura

AutorSergio González Rodríguez

El pánico/encantamiento en torno de las dimensiones alternas, correlato de la revolución tecnológica en la vida cotidiana y el furor ante los mundos virtuales (los modelos de simulación basados en la representación digital en una pantalla), ha durado ya un década en el cine, si se mide este ciclo a partir de dos cintas emblemáticas y potenciadas por los efectos especiales: Matrix (1999), de los Hermanos Wachowski, y El origen (2010), de Christopher Nolan.

En la primera impera el ensamble entre lo real y lo virtual, además de la mirada circunférica (el ojo/cámara puede ver 360 grados, no sólo una toma frontal). En la segunda, la subjetividad y lo onírico visualizados invaden la realidad.

En ambas cintas, aventuras en el umbral contra las comprensiones racionales, testimonios de héroes en la experiencia extrema de su dislocación ante el estatuto real, prolifera el virus Dick: ese contagio incurable de narrativas paranoicas y esquizoides que permiten trascender la unidad de tiempo y espacio y se deben a la mente del estadounidense Philip K. Dick (1928-1982), el gigante visionario de la science-fiction.

Bajo tal arco se estrena ahora Los agentes del destino, película dirigida por George Nolfi e inspirada en un cuento de Philip K. Dick (Adjustment Team, de 1954). El centro del relato es más o menos el mismo en la pantalla y en la letra impresa: existen unos "agentes" suprasociales a cargo de hacer cumplir a las personas sus respectivas predestinaciones.

Con vistas a naturalizar el argumento a la usanza de la narrativa de Hollywood, Nolfi introduce un romance en la historia, que se convertirá en el resorte de las vicisitudes de un político que pone en juego su carrera al desviarse de su destino por una mujer. La cinta se ocupará de consignar la competencia entre el libre albedrío humano y la trama preestablecida desde un poder absoluto.

La pulsión competitiva forma parte de la narrativa fílmica en Estados Unidos. El rescate de una locomotora sin conductor (como en Imparable, de 2010 de Tony Scott), o la lucha de un científico amnésico por recuperar su identidad, su mujer y su vida (como en Desconocido de 2011 de Jaume Collet-Serra), son sólo dos ejemplos recientes de cómo el imaginario de Hollywood ransmite al mundo su idea del héroe en defensa de sí que ha de responder al desafío del propio sistema y sus posibilidades dirigidas, o sus efectos azarosos.

En el primer caso, la inercia de la máquina descontrolada remite a la potencia salvadora del...

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