Escalera al cielo / El cráneo de Schiller

AutorChristopher Domínguez Michael

El cráneo de Schiller que Goethe custodió durante más de un año, entre 1826 y 1827, no era de Schiller según pudo comprobarse, gracias a la investigación de su ADN, la década pasada. Con esta anécdota, nada vana, concluye Goethe y Schiller. Historia de una amistad (Tusquets, 2011), la más reciente de las biografías que Rüdiger Safranski ha dedicado al genio alemán como género, recorrido a través del cual conocemos su versión de las vidas de Heidegger, Nietzsche y Schopenhauer. De hecho, Goethe y Schiller se desprende, apéndice o correlato, de Schiller o la invención del idealismo alemán (2006), un libro anterior de Safranski, en el cual había dado muestras de su precisión como biógrafo del pensamiento.

En su sequedad, a veces sencillamente monotonía, Safranski prefiere limitarse a los grises de la teoría y en el árbol de la vida sólo se guarece cuando en verdad amenaza tormenta. Por ello, de su crónica de la amistad entre Goethe y Schiller se desprende muy poco romanticismo (en el sentido peyorativo de la palabra que era el usual a principios del siglo 19) y mucha filosofía. Es decir, pocos biógrafos nos preparan tan bien como Safranski para leer filósofos, si es que ese es el camino correcto. Así, Goethe y Schiller presenta menos a un par de almas gemelas (no lo fueron) que a dos sabios (uno joven, otro más viejo; uno rico, el otro pobre) alcanzando un grado de colaboración intelectual tan mutuamente provechoso que parece más propio de la ciencia contemporánea que de la literatura neoclásica.

Sabido es que la competencia y la desconfianza, algo de envidia también, de parte del joven autor de Los bandidos (1781), marcaron el comienzo de sus relaciones: "Este hombre, este Goethe, es un obstáculo en mi camino". Al principio, los unió el acuerdo tácito de mantenerse lejos uno del otro hasta que Goethe consideró oportuna la proximidad de Schiller. La cosa cristalizó en el verano de 1794 y tuvo su hora clásica cuando éste llegó a Weimar, invitado por quien era su mayor, pero no necesariamente su maestro.

Mozart, se dirá, influyó sobre Haydn, pero habría que remontarse a los filósofos griegos para encontrar la convivencia diaria sostenida entre dos genios, quienes acabaron por ser amigos a secas: el joven Schiller, fatalmente enfermo del pecho, recibió atenciones y cuidados regulares del viejo Goethe, quien pudo vencer, por amor a Schiller, la repulsión que le causaba la enfermedad. Soñaron, también, con casar a sus hijos.

Amistad idílica a la...

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