Escalera al cielo / Gotas.de.mercurio

AutorSergio González Rodríguez

Para la generación de los escritores mexicanos que nacieron después de 1970, la experiencia del viaje (sea éste real o imaginario) se relaciona en cierto modo con un impulso hacia la dislocación, es decir, la discontinuidad, las alteraciones, el cambio de rumbo. E implica también la experiencia de lo estable-inestable. En este ensamble de tensiones, cabe el distanciamiento de quien escribe frente a la realidad, las intervenciones irónicas, el sentido del desgarramiento, o lo lúdico, la gracia del devenir o el conocimiento del desastre.

Ya se trate de la reinvención del mapa postnorteño en Carlos Velázquez, el trayecto transurbano y sus apropiaciones en Valeria Luiselli, la prospección más vital de las variables subjetivas en Gabriela Jáuregui, la pesquisa de lo invisible inherente a la memoria literaria en Verónica Gerber, o los ejercicios centrífugos de identidad en Edson Lechuga, en estos escritores nacidos después de 1970 e inscritos en el imán de las transformaciones culturales, se pueden apreciar los rasgos de una refundación de la literatura mexicana, distante del gestual de ruptura, pero ajena a las inercias del viejo nacionalismo, a la retórica grandilocuente, a los determinismos rígidos del entorno o del contexto: nación, urbe, desierto, provincia, obediencia generacional, narcosis, cultura popular o mediática, etcétera.

En el caso de Edson Lechuga (1970), el lector se encuentra con un narrador que sabe unir vida y poesía en un reto novelístico, y que además de saltar la trampa en la que suelen incurrir algunos escritores (creer que el yo que enuncia es el yo del enunciado) reelabora el célebre mandato de Rimbaud: yo es otro. Y consigue en consecuencia un entrecruzamiento espléndido de relatos y giros textuales mediante un proyecto inteligente.

En la primera novela de Edson Lechuga, Luz de luciérnagas (Montesinos, 2010), el núcleo está en el terremoto de 1985 de la Ciudad de México. La herida de la catástrofe se traslada de los edificios destruidos y la gente desolada a la vivencia personal que asume lo colectivo en tanto ejercicio de expiación personal cuyo destino será diluirse en la nada. El sarcasmo de un trayecto fallido en su ordalía: la historia de los amantes separados por un azar que incluye tardes en un hotel de parejas, la vista de la pista de despegue del aeropuerto, algunos poemas de José Carlos Becerra, la fuerza de lo tectónico. Para el personaje de la novela, el viaje será el método de comprensión de una fatalidad...

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