Escalera al cielo / La memoria de Campbell

AutorChristopher Domínguez Michael

Conocí muy joven a Federico Campbell, porque era amigo de mi madre, y recuerdo perfectamente lo que le oí decir una tarde de noviembre de 1979 cuando repitió ante mí la sentencia (en varios sentidos de la palabra) de Connolly:

"La función genuina de un escritor es producir una obra maestra y ninguna otra finalidad tiene la menor importancia".

Esas palabras, estoy seguro, lo atormentaron hasta el final de su vida. La inmensa mayoría de los escritores no escribimos nunca una obra maestra, pero a muchos no les importa y se resignan. Federico, que no la escribió tampoco, no se conformó e hizo de su vida literaria (en su caso, una forma de militancia: siempre estaba allí) una búsqueda bien connollyana del porqué nos convertimos en "enemigos de la promesa" con la que nos encandilamos de jóvenes. Joven él mismo, viajó para entrevistar a escritores (Infame turba, Conversaciones con escritores) y descubrir los secretos del oficio.

La obra informal, fragmentaria y ensayística de Campbell (Post scriptum triste, Padre y memoria) es una averiguación sobre el silencio literario, el bloqueo del novelista, el efecto del psicoanálisis en la creación (me parece que fue un psicoanalizado reincidente y a su manera feliz), todos ellos temas del universo de Cyril Connolly, que, a diferencia de Campbell, no tuvo la fortuna de ser íntimo amigo de un silenciado ante el Altísimo como Juan Rulfo. En un mundo ideal, Federico debería haber sido el biógrafo de Rulfo. Los recuerdo juntos, en los altos de la desaparecida (todas las librerías terminarán por desaparecer, diría JEP, otro nuevo en la ausencia) Librería El Ágora, bebiendo Coca-Cola y desde luego silenciosos. Nunca osé interrumpirlos.

Es curioso que los dos mexicanos que más novelas leyeron, por mucho, hayan nacido cerca de la raya de la Baja California Norte. Los dos ya murieron: Daniel Sada (Mexicali, 1953) y ahora, tras una hospitalización de varios días, Campbell (Tijuana, 1941). En el caso de Federico, sus devociones fueron pocas, pero contagiosas. Aparte de su obsesión por el teatro de Pinter (que nos unió una época, por razones familiares) o de la novela italiana del siglo veinte, que a todos nos puso a leer, a Campbell, más allá de su amor por Rulfo (que compartía con dos colegas, según leo en Post Scriptum triste, no tan antagónicos como parecieran, Salvador Elizondo y Jorge Aguilar Mora), lo guiaba en su fidelidad por Leonardo Sciascia, a quien fue a ver a Racamulto y pasó de ser su maestro a su...

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