Escalera al cielo / La puerta abierta

AutorChristopher Domínguez Michael

La muerte del padre es uno de los temas más dramáticos y legendarios de la poesía mexicana. El tópico es universal aunque entre nosotros aparezca como la maldición de Pedro Páramo: ver cómo el padre acaba por derrumbarse con un montón de piedras. Está el inolvidable fragmento de Pasado en claro (1975) en que Octavio Paz recuerda la muerte de su padre, "atado al potro del alcohol" y desmembrado por un tren. Está "+ 9 de febrero de 1913" (1932), el soneto de Alfonso Reyes dedicado al general rebelde Bernardo Reyes, acribillado en la víspera de la Decena Trágica. Está "Algo sobre la muerte del mayor Sabines" (1973), de Jaime Sabines, tan recitado: "Esperar que murieras era morir despacio...".

Hay otros muchos, según me cuenta Hernán Bravo Varela, mi informante: al padre y a su muerte le han escrito poemas Enriqueta Ochoa ("Retorno de Electra", 1978), Francisco Hernández, Vicente Quirarte, Eduardo Milán, Daniel Téllez. Jorge Esquinca (Ciudad de México, 1957), con Descripción de un brillo azul cobalto (Era), toma su lugar con un poema largo que alterna y acaba por convertir en una -paralelas falsas, no euclidianas- la muerte del padre y la de Gérard de Nerval. No es extraño que Esquinca, devoto de ese romanticismo francés sublimado por Rimbaud, se haya decidido a hacer del poeta Nerval, un padre.

Escribe Esquinca: "resuenan las pisadas de mi padre/ en otra calle/ en otro tiempo/ Rue de la Vieille-Lanterne/ dieciocho grados bajo cero/ el cangrejo más pesado que una roca/ en la noche de Tuxtla/ de pronto fría como una morgue/ avanza mi padre/ avanza la niebla/ no se puede ver nada/ el aire se ha vuelto/ el cangrejo es un trozo de cristal/ le gentil Nerval/ paga la cuenta/ recoge su sombrero/ retira al cangrejo de la mesa/ las notas de un piano se rompen/ contra el aire duro".

Esquinca es un poeta orfebre (el término, aunque cursi, es exacto) y es inevitable pensar en toda su obra como una corona que, primero sueño, fue meticulosamente diseñada hasta poder incrustarle en el centro esa piedra negra, radiactiva, que es la muerte del padre. Esa voluntad en la cual el poeta se toma la molestia de anticipar, profeta y medio, sus poemas venideros, es propia, además -lo dice Marc Fumaroli hablando de Maurice de Guérin- del creador de poemas en prosa, el género fantasmal por excelencia, aquel en que la prosa rememora un poema ideal que se esfumó sin haberse podido escribir y cuyo residuo se preserva. Lo sabe Esquinca, autor, en El cardo en la voz (1991)...

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