Evocan a Fernández

AutorFrancisco Morales V.

Desde hace más de cinco años, en la casa del poeta Guillermo Fernández no se sirve un tequila o se declaman versos. La música ya no suena y en el aire no se percibe más el aroma casero de la pasta que, invariablemente, se servía al dente.

"Era esa abundancia que él daba: su bebida, sus comidas, sus pláticas, su música", recuerda Luis García, colaborador y amigo, con nostalgia. "El estar siempre en su sala era un viaje inmóvil, porque podíamos estar en Italia, en los 70, o en Guadalajara; era un lugar donde nos podíamos mover a muchos lados".

Clausurada todavía por sellos de la Procuraduría General de Justicia del Estado de México (PGJEM), nadie ha entrado en esa casa de la Colonia Científicos, en Toluca, por poco más de un lustro. Y, aunque su asesinato, ocurrido en marzo de 2012, permanece impune, Fernández sigue prodigando abundancia, con la generosidad que lo caracteriza desde siempre.

Este año, el Fondo de Cultura Económica (FCE) ha logrado lanzar Éste, volumen con las memorias del eminente traductor de literatura italiana y poeta nacido en Guadalajara, en 1932, originalmente proyectadas para salir hace dos años.

Para su colega Jorge Esquinca, amigo cercano y prologuista del libro, es como si la interminable charla nocturna, de sonetos y boleros, se prolongara un rato más.

"Tuvo el cuidado de narrar, a través de una prosa riquísima, las mismas anécdotas que nos contaba a sus amigos, como si siguiera platicando con nosotros, pero sin descuidar en ningún momento la calidad, la fluidez, la minuciosidad del tejido de su prosa", celebra.

El texto, cuya copia resguardó García, tiene su origen en una serie de columnas autobiográficas que publicó a mediados de los 90 en el suplemento cultural Nostromo, del periódico tapatío Siglo 21, que entonces dirigía Esquinca.

"Pensé en que la vida de Guillermo, además de su muy intensa trayectoria como traductor de la literatura italiana, y como él mismo un notabilísimo poeta, reunía una serie de características que la hacían digna de un relato, como una especie de novela de aventuras", explica el también poeta sobre su decisión de pedirle la columna.

De las charlas en su casa saltaron historias de sus tertulias en el Café Nápoles de Guadalajara, cuando se rozaba con autores como Agustín Yáñez y Juan Rulfo. O de sus "desvelones" en la Ciudad de México con Eduardo Lizalde y Jaime Sabines, integrantes de "La espiga...

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