Extremos opuestos: ¿Cuánto más va a durar esto?

AutorEduardo Antonio Parra

Nuestra línea fronteriza con el país del norte se ha caracterizado durante décadas por ser una de las más violentas del mundo en tiempos de paz. Pero su violencia muestra una peculiaridad: es unilateral. La mayor parte de los delitos y hechos de sangre que ocurren en ella se llevan a cabo en el lado sur, es decir, en nuestro territorio. Mientras los habitantes de California y Texas viven en calma, sus contrapartes, los ciudadanos de Tijuana, Mexicali, Ciudad Juárez, Reynosa, Nuevo Laredo y Matamoros se debaten entre ejecuciones, tiroteos, y todos los delitos que constituyen la cola de ese huracán llamado narcotráfico.

¿A qué se debe esta "segregación" del crimen en la frontera? Muchos piensan que la causa principal es que los norteamericanos tienen un mayor control que los mexicanos sobre la criminalidad. Pero precisamente el hecho de que su policía sea una de las más avanzadas del mundo nos permite darnos cuenta de que su delincuencia los rebasa constantemente, tanto que, en vez de resolver con eficacia los crímenes, a veces tienen que conformarse con mantenerlos a raya, esto es, del otro lado de su frontera: en México.

Siempre es lamentable una ola de violencia criminal como la que se vive en el norte de Tamaulipas. Pero acciones como el cierre del consulado de los Estados Unidos en Nuevo Laredo nos dicen mucho acerca de la manera de ser y de pensar de nuestros vecinos del norte. Si los mexicanos nos matamos entre nosotros, ellos se limitan a observar y a lamentarse de los sucesos. No obstante, cuando los enfrentamientos entre los cárteles cruzan la línea y continúan del otro lado, comienzan a pensar en acciones drásticas. No importa que su demanda de drogas sea el origen del mal, ni que se trate de una guerra financiada con su dinero, para obtener su mercado. Los malos, los indeseables, los responsables de todo son los mexicanos. En eso se parecen al niño que arroja la piedra y después esconde la mano. Amonestan, inician campañas de desprestigio, cierran sus oficinas y se van. No es la primera vez, siempre lo hacen.

Y mientras, la violencia crece. Las ejecuciones se multiplican. Ciudades como Nuevo Laredo o Matamoros viven en un virtual estado de sitio. El Ejército y los federales patrullan las calles, realizan cateos, abusan de la población civil; buscan y no encuentran a los narcotraficantes, pisotean derechos y no brindan en realidad ninguna protección, ningún paliativo a la gente: día a día siguen apareciendo ajusticiados. "Se vivía...

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