Fascinación por la pantalla

AutorRafael Aviña

Pocos han sido los escritores capaces de afrontar cualquier género narrativo que se propongan y salir ilesos. José Emilio Pacheco pertenece a esa suerte de extraña cofradía cuyos miembros pueden pasar de la poesía al cuento y de ahí al ensayo histórico político o a la novela sin perder su peculiar estilo y lucidez, utilizando el lenguaje con tal imaginación, evocación y armonía que sus escritos equivalen a la improvisación jazzística de un John Coltrane, o un Thelonious Monk; es decir, Pacheco hace con las palabras lo que un Wes Montgomery con la guitarra. Su elegancia narrativa, la fluidez de sus textos, su enorme capacidad de síntesis sin que mengüe por ello profundidad y alcances poéticos, han encontrado eco a su vez en las imágenes fílmicas; no en balde, sus relatos son en sí mismos pequeños argumentos o escaletas que incluyen no sólo ágiles diálogos y locaciones, sino intrigantes atmósferas visuales y auditivas que remiten a evocaciones emocionales más que nostálgicas.

El cine es, de hecho, una de las aristas poco abordadas en la obra de Pacheco, una ocupación ingrata, no sólo por la sensación de inacabado y siempre perfectible que provoca, sino porque se trata de un oficio casi efímero en el que intervienen muchas manos: en el mejor de los casos, de directores y productores con visión, o en el peor de los escenarios y el más habitual: las envidias de "colegas", las corruptelas y el servilismo de funcionarios de la industria, realizadores y guionistas que arrojan todo tipo de obstáculos para hacer naufragar proyectos ajenos y que son el pan de cada día en nuestro cine.

Así, tal vez las evanescentes imágenes en las pantallas de las salas cinematográficas de su niñez fueron sin duda, junto con la literatura, una de las primeras pasiones del joven José Emilio: "Iba a cumplir 9 años y el mundo para él se reducía a Florencia, la casa de un piso, la gata que no se deja acariciar y que da muerte a sus recién nacidos, la escuela Juan A. Mateos, y Rafael Molina, condiscípulo, acompañante en las funciones de cine..." ("El parque hondo", en El viento distante, Era, 1963). El cine, como una especie de primer amor juvenil que salta a la vista en su obra narrativa: "Julia una vez te llevó al cine...", frase del cuento "Tarde de agosto", del mismo libro, o aquel fragmento de "El principio del placer", de su volumen de relatos homónimo (Joaquín Mortiz, 1972): "No lo van a creer, dirán que soy un tonto, pero de chico mis ilusiones eran volar, hacerme invisible...

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