Fazil Say: ¿Excéntrico o Genial?

AutorLázaro Azar

Los pianófilos estamos de plácemes. El miércoles pasado inició en el Auditorio Blas Galindo del CNA el cuarto Festival de Piano "En Blanco & Negro". El concierto inaugural estuvo a cargo de uno de los pianistas jóvenes que mayor resonancia internacional ha despertado en tiempos recientes, el turco Fazil Say (Ankara, 1970).

Esta fama "repentina" le homologa a otro pianista que, igualmente, accedió a ella de la noche a la mañana: Ivo Pogorelich (1958). Como él, Say es un intérprete que plasma indeleblemente su personalidad en cada nota, y sus ejecuciones son tan individuales que -aun reconociendo su portentoso dominio sonoro-, provocan lo mismo que las de Pogorelich: la controversia entre sus escuchas. Se le encumbra o se le repele, pero no pasa desapercibido. Y es que los conceptos de Say llegan a ser tan heterodoxos que, por momentos, recordé a otro excéntrico que también dividió las opiniones de los melómanos, Glenn Gould (1932-1982).

Tristemente, ahí no quedan las similitudes entre Say y Gould. Al igual que el canadiense, a Say le da por canturrear mientras toca, y lo que es peor, por retorcerse como gusano con sal y hacer más morisquetas que un concursante de "Caras y Gestos". Sin embargo, es tal la belleza de los sonidos que produce que basta con cerrar los ojos para disfrutar casi plenamente de la música que recrea este pianista.

Una obra de Bach (1685-1750) y una sonata de Beethoven (1770-1827) estructuraron escolásticamente "a la antigüita" la primera parte del recital. De Bach, Say eligió el Concierto Italiano BWV 971 y lo tocó con gran precisión rítmica y, sobre todo, corrección estilística. Dilucidó con claridad la profusa ornamentación barroca del Andante central y prescindió casi por completo de la utilización de los pedales en los movimientos externos. Con gran inteligencia, optó por la redistribución de las terceras en el bajo (o acompañamiento) del Andante y por la discreta pedalización propuesta por Rosalyn Tureck (1914) en su edición de esta partitura. Con ello, obtuvo un legato cantabile de gran belleza y serena limpidez. Admirable también los diferentes planos sonoros con que, sólo con su decantado touché y sin artificios de pedal, evocaba los diferentes timbres de los teclados clavecinísticos.

El regodeo en la belleza auditiva se hizo extensivo a la Sonata Op. 109 de Beethoven, obra en que la personalidad de Say se impuso reduciéndola al nivel de un mural cuyos amplios trazos son sustituidos por mosaicos venecianos...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR