Entrevista / Felipe Cazals / 'Dejo que el espectador complete'

AutorMauricio Matamoros

Hace cuatro décadas, con La manzana de la discordia (1968), Felipe Cazals inició en forma su intensa apreciación sobre el mexicano y su adverso entorno.

Perteneciente a una generación de directores de cine de auténtica ruptura (como Arturo Ripstein, Jorge Fons y Paul Leduc), Cazals ha permitido, a través de un realismo cinematográfico casi descarado, conocer, dialogar y entender nuestro tiempo al momento.

Cineasta polémico, Cazals ha estado comprometido con su historia y su país, ganando elogios, premios, amigos, enemistades y demandas por igual.

Hace 32 años inició la filmación de Canoa, escrita por Tomás Pérez Turrent y basada en el linchamiento de unos trabajadores universitarios en el pueblo de San Miguel Canoa. Ésta significó un parangón narrativo, técnico y actoral en el cine mexicano, al cual Cazals siguió ese mismo año, 1975, con El apando, filme carcelario como ningún otro hasta ese momento, con guión de José Agustín y basado en la novela de José Revueltas.

En 1976, el cineasta cerró esta trilogía con Las Poquianchis, con guión de Turrent y Xavier Robles, y aunque las inquietudes y preocupaciones del cineasta han seguido presentes en el resto de su filmografía, este conjunto de obras permanece incólume.

La trilogía mencionada es ejemplo de uno de los grandes autores del cine contemporáneo a nivel mundial. No extraña entonces que a este autor se le galardone, el 20 de marzo, con la Medalla Salvador Toscano al Mérito Cinematográfico durante la entrega del Ariel.

Además, la Cineteca Nacional, ofrece un ciclo dedicado a su filmografía, del 13 al 18 de marzo.

En esta entrevista, Cazals ofrece a distancia la opinión sobre aquella trilogía que cambió el rumbo del cine nacional.

Cuando comenzó a filmar Canoa, ¿alcanzó a vislumbrar que iba a tratarse de ese parangón cinematográfico, de ese polvorín cultural?

No, lo que presentí fue que iba a ser una película de terror, que yo iba a infundir un miedo espantoso en el espectador. Que tenía que lograr que el espectador completara el sentimiento de los trabajadores universitarios, acorralados y condenados en un pueblo pequeño y miserable. Ese fue mi propósito fundamental, además de que busqué poner una distancia de los acontecimientos para que el cine, a la vez, demostrara que se trataba de algo que era filmado.

El segundo punto que me interesaba era mostrar, en 1975, a qué grado los medios de comunicación: la radio, la televisión, habían sido el brazo armado de esa demencia que se llamó Gustavo...

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