Felipe Ehrenberg: 'Uno se resigna a la muerte'

AutorAndro Aguilar

Fotos: Roberto Antillón

El pasado martes, en el segundo día del levantamiento de la megaofrenda del Día de Muertos, el artista plástico Felipe Ehrenberg Enríquez pedía tiempo al fotógrafo que lo retrataba en la plancha del Zócalo para girarse la playera y mostrar el logotipo con cuatro calaveras que aluden a las Fábricas de Artes y Oficios, los Faros, encargados de realizar la instalación.

La catarina roja en su oreja izquierda, en realidad un arete, parecía haber escapado del cempasúchil que decoraba el sombrero de explorador con que el artista se cubría del sol. Sin lentes y con cigarro en la boca, posaba con decenas de cráneos bicolores de cartón a sus pies.

Ehrenberg, coordinador de la instalación, respondía las consultas de los integrantes de los Faros y por momentos alzaba la voz para llamarle la atención a alguno que vaciló con desistir al atornillar una madera: "Nada de abandonar"; también contaba chistes con gran histrionismo. Estaba un poco nervioso y muy contento.

De forma paulatina, al Zócalo llegaban los materiales y las piezas diseñadas para conformar una de las ofrendas más grandes en la historia de México.

Con el diseño del artista, la bandera nacional fue rodeada por los cinco módulos de la ofrenda, enmarcada, a su vez, por cuatro tzompantlis de 9 metros de alto por 18 de largo, hileras de cráneos que recuerdan la histórica y estrecha relación de este país con la muerte.

"En la memoria del mexicano todo es violencia", dice Ehrenberg unos minutos después, "desde las guerras contra los invasores ibéricos hasta los tiempos que vivimos. La violencia ha estado presente de una manera brutal en la psique del mexicano. Eso le da aún mayor sustancia a conmemorar el Día de los Muertos".

Al día siguiente, ante la prensa, remataría: "Una de las formas de decir las cosas sin decirlas es poner evidencia de todos los mexicanos que han caído a lo largo de los siglos hasta tiempos recientes en estos grandes tzompantlis".

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En la casa que habita desde hace un año, Felipe Ehrenberg Enríquez habla de la muerte rodeado de vida. Con sus pinturas y sus esculturas, su enorme gato anaranjado llamado Chiste, que lo sigue como si fuera perro, y el jardín que cuida desde hace un año, donde cultiva chiles y jitomates.

La muerte, inherente a su obra plástica de más de medio siglo, no le produce temor. Más bien se resigna: "¿Qué le vamos a hacer...?", pregunta sin esperar respuesta, después de reencender su cigarrillo y proteger la flama con el dorso izquierdo, donde lleva tatuadas las falanges que emulan su propio esqueleto.

"Uno se resigna... pero no le teme. Si hay algo en la impronta, en el aguante del México profundo, es la resignación".

Por cuatro décadas, más de la mitad de su vida, Ehrenberg ha realizado en cinco continentes instalaciones artísticas inspiradas en las ofrendas tradicionales de México. Este año coordinó en el Zócalo capitalino la más grande en toda su carrera.

La ofrenda es en honor a las víctimas de los sismos de 1985, una tragedia que a Ehrenberg le cambió la vida. Después de esa fecha decidió mudarse a Tepito y permanecer 13 años al frente del Centro de Enlace Díaz de León, que fundó para promover el arte y ayudar a proteger al barrio de la depredación inmobiliaria.

Tres décadas después, en el espacio que funciona como su estudio, destacan algunas de las piezas a las que les ha dado vida en los más de 50 años de carrera.

Sobre la mesa, a su espalda, permanecen los dibujos a dos tintas que ha hecho en las últimas semanas para ilustrar la novela El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. A un lado, la computadora donde resguarda parte de su...

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