Festeja Bellas Artes a Federico Osorio

AutorErika P. Bucio

Su destino para la música quedó signado en la niñez en dos instantes decisivos: al escuchar una grabación de la Sinfonía no. 7 de Beethoven con la Filarmónica de Viena, dirigida por Herbert von Karajan, y al oír al pianista Van Cliburn con el Concierto 2 para piano de Brahms en Bellas Artes.

Jorge Federico Osorio, con apenas ocho años, quedó maravillado. Sus primeros amores en la música fueron Brahms y Beethoven, de quien incluyó Claro de luna en su primer recital como solista en la sala Manuel M. Ponce, el premio por conquistar el Concurso de las Juventudes Musicales a los 13 años.

El por qué de su filiación con ambos compositores alemanes le resulta un misterio. "Ojalá lo pudiera explicar; por eso existe la música, porque no la podemos definir", dice Osorio, afincado en Chicago.

El pianista volverá a la sala Manuel M. Ponce para recibir hoy a las 17:00 horas la Medalla Bellas Artes. Durante la ceremonia, ofrecerá un recital con obras de los compositores mexicanos Ponce, Chávez, Zyman y Moncayo.

"Me siento sumamente honrado en recibir la medalla (...) Es emotivo por los lazos tan estrechos, realmente de toda mi vida en contacto con Bellas Artes", añade.

Osorio acompañaba a su madre, la pianista Luz María Puente, a sus recitales y jugaba en los pasillos con los hijos de otros músicos. Bajo su tutela hizo sus primeros tanteos con el piano a los cinco años, instrumento que estudió a la par del violín. Su padre era violinista, aunque luego se dedicó a la política; iban juntos a funciones de ópera y conciertos.

Nunca imaginó otro destino que el de ser músico; se decantó por el piano a los 12 años. Aunque durante su tiempo como estudiante en el Conservatorio de Moscú suplía a algún violinista durante las lecturas si hacía falta.

"No estoy enamorado del piano, sino de la música", insiste Osorio, cinéfilo y lector. Sándor Márai es uno de sus recientes descubrimientos.

Llegó a París en 1968, cuando ya había pasado la agitación de mayo. "La ciudad, la cultura, los conciertos... Todo era novedoso". Ingresó al Conservatorio Superior de París con casi 17 años, donde asistió a clase con Monique Haas y se reencontró con Bernard Flavigny, el gran pedagogo con el que estudiaba los veranos en México.

"Siempre admiré su pianismo tan excepcional, tan fino, tantas claves, tantos colores y timbres. Sabía explicar muy bien, sacar lo mejor del alumno", recuerda.

Flavigny y su madre dejaron como impronta en el joven músico la disciplina, el amor por el trabajo y...

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