Un festival otoñal

AutorFrancisco Navarrete

Al revisar el programa del recién creado Festival de Otoño, que acompañará las actividades de la Feria Internacional del Libro, surgen dudas que tienen que ver con la edad de los artistas anunciados. ¿Es que en Cuba, el país invitado de honor, no hay jóvenes? ¿Por qué no aparecen en el programa menores de 40 años?¿Es ése el estado de las artes, en especial de la música popular, en la mayor de las Antillas?

De acuerdo con el tópico, basta tan sólo con llegar a Cuba para constatar que el tiempo ahí se ha detenido. No importa en qué era específica, de hecho, varias se suceden como rebanadas solitarias de pastel en una vitrina. Lento se desplaza un mamut estadounidense de ocho cilindros y cinco décadas de antigüedad entre fincas descascaradas. Allá, un vestigio checoslovaco de la era del Sputnik petardea la gasolina recién adquirida en el mercado negro. Y basta alejarse unos kilómetros del cementerio de vestigios coloniales remozados que es La Habana Vieja para encontrar el modernismo avejentado de edificios de cristal y aluminio y antiguas boites nocturnas, hoy cerradas, a la espera de mejores tiempos.

Ese, se nos insiste, es también el estado de la música popular de Cuba. Paquetes congelados de cortes -muy finos, sí- listos para recalentar y consumir. Filetes de son, molida de guaracha, brochetas de bolero. Todo debidamente clasificado y etiquetado, aunque con fecha de caducidad incierta: lo que hoy puede lucir rancio, dentro de una década reaparecerá fresco y colorido.

Y lo más intrigante: no es sólo el exilio cubano el principal interesado en propagar tan estática concepción musical, de hecho, el mismo aparato cultural de la isla es un muy entusiasta propagador de la visión "buenavistavizante" y simplista de la música popular en la tierra de Carpentier y Fernando Ortiz.

Sin embargo, y por fortuna, el panorama va más allá del son y la "nueva" trova.

La timba, sonido de la calle

"Levante la mano al que le guste la volada, al que le guste la volada"... Seguro que algo se salió del programa en el Festival Internacional de la Juventud, durante el tórrido verano habanero del 97: en vez de gritar consignas revolucionarias y vivas a Fidel, el gentío que abarrotaba la explanada contigua al castillo del Morro levantaba las manos para celebrar el consumo importado por vía clandestina de la vecina isla de Jamaica: la mariguana.

Pero si para descubrir tal atrevimiento había que conocer el argot callejero, lo que sucedió después crispó las barbas de más de un veterano de Sierra Maestra: la banda que dominaba el escenario invitó al público a gozar del sexo sin mayor limitación que conseguir condones a la mayor brevedad, después explicó los beneficios del intercambio comercial en materia de sexo y dio la puntilla con uno de sus integrantes simulando bajarse los pantalones.

Ese fue el momento que marcó la mayoría de edad de la timba. También fue la causa de que la Charanga Habanera, el grupo causante de la revuelta, fuera vetado por seis meses de cualquier presentación, tanto en Cuba como en el extranjero.

Pero el fenómeno de la timba no...

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