De la fiesta al ostracismo

AutorRoberto Zamarripa

En 68, todos saben bien, sólo hubo Olimpiadas, recuérdenlo bien. Medalla de oro para el pelotón; la racia de bronce, la sangre regó.

(Bulldog Blues, Jaime López)

Cuando México ganó la sede de los XIX Juegos Olímpicos, en 1963, no asomaban nubarrones ni económicos ni políticos. En diciembre de 1962, el denominado regente de hierro, Ernesto P. Uruchurtu, presentó la candidatura de la Ciudad de México para competir contra Detroit, Lyon y Buenos Aires.

Según los registros de la época, en la asamblea del Comité Olímpico Internacional (COI) realizada en Alemania, la candidatura mexicana convenció por tres factores: la estabilidad económica y política, la infraestructura deportiva y la política exterior de un país "pacífico" y "que no agrede a nadie".

México salió adelante en medio de un clima de tensión internacional -la Guerra Fría-,del cual el COI no era ajeno.

Un lustro después, terminada la XIX Olimpiada la cara mexicana era otra: el país ya no era estable y tenía la medalla de oro en represión, la de plata en endeudamiento externo e inestabilidad económica por los gastos derivados de los Juegos Olímpicos y la desconfianza de inversionistas tras los violentos hechos de octubre de 1968; y la de bronce en credibilidad internacional.

* * *

El año de 1968 marca hondamente al país más allá de la traumática represión al movimiento estudiantil. La huella del cambio quedó impresa en la política, la economía, en la vida educativa (las escuelas ya no fueron las mismas), en lo social, obvio en lo deportivo y sobre todo en lo cultural.

Las dos caras de la misma medalla generacional. Los jóvenes cambiaron a México; el movimiento estudiantil tuvo la energía y la determinación de enfrentar a un sistema político autoritario, pero tuvo que superar en el camino las otras reglas rígidas que le ataban en las escuelas o en sus hogares.

Fue un movimiento contra las costumbres y el statu quo. Los padres, los maestros, los curas, los gobernantes fueron desafiados por los muchachos. Sus capacidades de discernimiento, sus alcances críticos, sus potencialidades creativas se abrieron paso entre las prevenciones y prohibiciones. Y germinó un cambio cultural de enorme trascendencia. El rol de la mujer en la casa, la escuela, la calle fue definitivamente modificado. Reclamos de igualdad y obligaciones para abrirles espacios.

Pero no tuvo que ver únicamente con el movimiento político reprimido, sino también con la competencia deportiva. Felipe El Tibio Muñoz, un muchacho de 17 años de edad, ganó medalla de oro, y María Teresa Ramírez, una estudiante de tercero de secundaria, de 15 años, obtenía la de bronce, ambos en natación.

Enriqueta Basilio fue la primera mujer en la historia de las gestas deportivas mundiales en prender el pebetero olímpico; Pilar Roldán ganó plata en esgrima para la segunda medalla femenil en los Juegos de 1968.

De las nueve preseas obtenidas por México, dos fueron de mujeres de una numerosísima delegación deportiva mexicana con 275 atletas; sólo 42 eran mujeres.

Los estudiantes encarcelados por el movimiento estudiantil o los jóvenes medallistas representaban un anhelo generacional de una sociedad que hervía y demandaba cambio. Una generación efervescente pero que también flotaba con La Onda, con el movimiento psicodélico, con la irrupción del rock en la sala de las casas y en las tocadas callejeras. Que encontraba en las drogas estimulación y paz, desfogue y escape, placer e infierno.

No obstante su protagonismo en todos los ámbitos, sus triunfos y sus reclamos, esa generación fue mutilada, abruptamente rechazada. Los deportistas olímpicos son recordados hoy como los mejores, pero no tuvieron las condiciones para consolidar una carrera que despuntaba.

México tuvo en 1968 una dorada oportunidad de emerger como una nación democrática, creativa, impulsada por lo mejor que tenía, sus jóvenes. Fue...

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