Filman épica cotidiana

AutorRafael Aviña

En este milenio, el cine mexicano realizado por mujeres ha catapultado una muy afortunada línea temática tendiente al documental y, al mismo tiempo, una fallida y dispareja corriente de ficción, cuya fisura principal es la pretensión. Así, a atractivos relatos documentales como Recuerdos, de Marcela Arteaga; Al otro lado y El General, de Natalia Almada; Bajo Juárez. La ciudad devorando a sus hijas y Agnus Dei, de Alejandra Sánchez; Muxe's, auténticas, intrépidas, buscadoras de peligro, de Alejandra Islas; Mi vida dentro, de Lucía Gajá; Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo, de Yulene Olaizola; Un día menos, de Dariela Ludlow; Perdida, de Viviana García-Besné; Blattangelus, de Araceli Santana, o Morir de pie, de Jacaranda Correa, entre otras, se anteponen irregulares obras de ficción del más nuevo cine mexicano: Las lloronas, de Lorena Villarreal; La última mirada, de Patricia Arriaga; Así del precipicio, de Teresa Suárez; Cosas insignificantes, de Andrea Martínez Crowther; Efectos secundarios y Casi divas, de Issa López, o La misma luna, de Patricia Riggen, salvo excepciones como Cinco días sin Nora, de Mariana Chenillo, y Asalto al cine, de Iria Gómez, cuyo mérito es la sencillez.

De reciente lanzamiento en cartelera, dos películas de jóvenes cineastas egresadas del CCC confirman dicha situación. Se trata del documental La cuerda floja (2009), de la española afincada en México Nuria Ibáñez, y el experimento de ficción-cotidiana Vete más lejos, Alicia (2010), de Elisa Miller. El documental nacional se nutre de la inventiva y el entusiasmo de realizadoras cuyo cine de ruptura aporta certidumbre sobre realidades domésticas, en historias verdaderas que resultan más excepcionales que cualquier ficción, dejando atrás la indecisión, falta de contundencia y dispersión del cine de argumento hecho por mujeres. Así, La cuerda floja muestra realidades tristes e impactantes cuyo escenario emocional es un pequeño circo que se agita entre la dignidad y la miseria.

Nuria Ibáñez sigue a una familia empeñada en sacar adelante su paupérrimo espectáculo circense ambulante y transcribe las condiciones de vida tan patéticas a las que han llegado. Un matrimonio y sus dos hijos, Mario y Jacqueline, junto con Carmelo, novio de esta última, conforman el elenco del Circo Aztlán, que deambula por los rumbos de Texcoco. Alzar una y otra vez la carpa plagada de parches y rasgaduras. Grabar una y otra vez la publicidad de su evento. Remendar una y otra vez sus viejos...

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