Fragmentos de una travesía

AutorSilvia Cherem S.

En Puntos suspensivos. Escenas de un autorretrato, Vicente Rojo reafirma que la creación de un artista es, como suele decirse, una suma de fragmentos autobiográficos. Sin embargo, esta frase, contundente en el caso de quienes con su obra logran desmantelar el rostro de su existencia, parece inexacta en el caso de Rojo. Al exponernos como espectadores a sus herméticos cuadros terrenales difícilmente hallamos huellas, hilos conductores de aquello que motiva la creación.

Agrupada su obra en series -Señales, Negaciones, Recuerdos, México bajo la lluvia, Escenarios, Escrituras-, Rojo ha intentado dar claves de la trayectoria, pero lejos de arrojar luz, esta categorización sólo acrecienta el misterio. Cuando uno cree entender, por ejemplo, los límites de un Recuerdo, aparece en el mismo grupo un México bajo la lluvia con sus líneas sesgadas de color, presagio que desbarata el orden de lo que se pretendía clasificar.

Desde la primera de sus series, Negaciones, Rojo se propuso jugar con la geometría con dos líneas -una vertical y otra horizontal-, afanoso de hallar nuevas formas de experimentación visual, ser obsesivamente capaz de expresar una mirada nueva en cada obra. Deseaba que un primer cuadro no tuviera nada que ver estilísticamente con el segundo, ni con un tercero, ni con un octavo o un décimo lienzo... inclusive se propuso que aquella primera exposición individual fuese una "colectiva", es decir, que la decena de cuadros que pintó estuviese firmada por "distintos autores", nombres que él mismo inventara, en un afán de anularse, tacharse, negarse, invalidar al joven temeroso que, desde su ventana frente al Paseo de San Juan, observó con angustia y miedo la lucha de los republicanos, la fiesta y la tragedia, las armas y las banderas, el sol y la penumbra de la muerte por ser un Rojo en su Barcelona natal.

Despersonalizándose, evadiendo su historia, su contexto, intentó desprenderse del niño que padeció la Guerra Civil, alejarse de los recuerdos: la soledad, los bombardeos, los compañeros muertos -niños como él-, las carencias económicas, el hambre y la angustia de vivir durante años alejado del abrazo de su padre. Evadirse del dolor que normó su vida fue defensa, escape para sobrevivir.

Quizá por ello, lejos de asumirse personaje, con timidez, pudor y recelo se protegió en el lienzo críptico, rechazando sistemáticamente la fama o cualquier cuestionamiento que implicara picar la piedra de sus recuerdos. Pintar fue su isla, la forma de llenar...

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