Gabriel Zaid / Consumos dañinos

AutorGabriel Zaid

Hay sustancias tóxicas para la vida. Las células (vegetales, animales y humanas) tienen mecanismos de defensa. Los animales, instintos para evitarlas. En el caso humano, la defensa es múltiple.

De algunas sustancias, como el plomo, el daño fue invisible durante milenios. La alfarería de barro vidriado con plomo es antiquísima y parecía inocua. En el siglo XX, el tetraetilo de plomo de la gasolina también lo parecía, hasta que Patterson demostró lo contrario.

La refinación industrial del azúcar y la harina inventadas en el siglo XIX estimularon su consumo intenso, y esto condujo (como estableció Cleave estadísticamente) a una mayor incidencia de obesidad, diabetes, cáncer de colon, trombosis coronaria y otras enfermedades.

El consumo de alcohol, drogas y tabaco tuvo en muchas culturas un marco ceremonial y religioso que lo limitaba. Pero lo perdió en la cultura moderna, y se desbocó.

La prohibición legal de consumos dañinos tiene muchas complicaciones. Favorece el mercado de lo prohibido, que atrae a muchos consumidores y a los traficantes. La Prohibición alcohólica en los Estados Unidos (1920-1933) fracasó.

Pero que el Estado (en vez de prohibir) alegue la protección de la salud para cobrar impuestos al consumo de alcohol, tabaco y azúcar parece hipocresía de Tartufo: beneficiarse con el daño que pretende evitar. Además, los impuestos no son tan disuasivos, como lo muestran numerosos estudios. De hecho, el fisco los procura porque son muy recaudadores.

Despenalizar los consumos dañinos (como argumento general) es libertario. El Estado no tiene por qué meterse con el consumo personal de los ciudadanos en privado. Ni siquiera con la producción casera de sustancias dañinas (güisqui de bañera, mariguana de maceta) para el consumo personal. Pero si el consumo afecta la conducta en lugares públicos (por ejemplo, al volante) con riesgo o molestia para terceros, tiene que intervenir. O si el proveedor es una empresa que domina el mercado asesinando.

Se dice que despenalizar el tráfico de drogas (el consumo ya lo está) acabaría con los narcos, pero no es así. Competirían ventajosamente con las empresas legales que sí tendrían que pagar impuestos. O se dedicarían al secuestro, la extorsión, la trata, el agiotismo, como hicieron los gánsteres, cuando terminó la Prohibición. Su oportunidad está en lo prohibido, y no todo se puede despenalizar.

En la guerra contra las drogas hay que distinguir objetivos. El Estado no puede...

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