Con ganas de volver a vivir

AutorMaría Eugenia Sevilla

Enviada

NUEVA ORLEANS, Luisiana.- Apenas se abre la puerta del "shuttle" aeroportuario, el estallido metálico de una big band golpea mis oídos al bajarme en la famosa esquina de Bourbon Street y Canal.

La melodía no podía ser otra: "When the Saints Go Marching' in", el himno de La Cuna del Jazz, interpretado a todo pulmón por una banda de adolescentes negros.

Así me había imaginado Nueva Orleans: detrás del disfraz de carnaval -un cliché que se sobrevende en tiendas rebosantes de collares brillosos y antifaces- un alma alquímica, transformadora de la realidad.

Comprobar la rebelde persistencia de esa mezcla única de magia afrocaribeña, fiesta ibérica, "savoir faire" francés y sencillez sureña me reconforta doblemente: por el mero hecho de conocerla y porque lo que se respira en estas calles -donde quien no trae un vaso de licor en la mano lleva un instrumento- son sus ganas de volver a vivir.

Después de "Katrina", el huracán que en 2005 hundió en el lodo a esta tierra de músicos, lo que siguió fue oscuridad y, para muchos aún más devastador: el silencio. Fue apenas el año pasado que las aceras comenzaron a recuperar a sus artistas.

La afluencia de visitantes aún no es la que se tenía antes del siniestro porque, de acuerdo con la Oficina de Turismo local, los extranjeros no saben en qué condiciones encontrarán la ciudad. Pero no hay que preocuparse: las zonas comerciales y el centro lucen totalmente remozados.

Si no impecable, el French Quarter se ve como uno esperaría que ha sido siempre: esa arquitectura española de fachadas de madera colorida, balcones y patios interiores.

Bourbon Street ha vuelto a hacer honor al nombre que más atinadamente le quedó cuando el territorio pasó a manos estadounidenses, ya que en tiempos de la Colonia española (1763-1801) fue bautizada como la Calle de Borbón.

De aquella alusión a la Casa Real de España no queda más que una placa en azulejo: hoy son ríos de bourbon y peligrosos cocteles, como las granadas y los huracanes, lo que corre por las venas de los eufóricos transeúntes, quienes beben en la vía pública porque la ley lo permite.

Es mi primera noche de sólo tres, insuficientes pero bastantes, que tendré en esta ciudad donde nadie duerme por temor a perder el momento.

Por la mañana, una caminata por Decatur, calle paralela y más próxima al malecón del Misisipi, me resulta menos estridente.

Expendios de souvenirs hacen del vudú una curiosidad folclórica plastificada, con calaveras y cabezas de lagarto en...

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