George Steiner: 'Ya no podemos imitar a Dios'

AutorMartín Schifino

CAMBRIDGE.- George Steiner, el ensayista en la mejor tradición del humanismo europeo -uno de los pocos de su clase que quedan-, el obsesionado por las sombras de Occidente, un "terminalista", para usar su filosa definición, cuenta un chiste: "Dios les dice a los hombres que está harto de tanta barbarie y que en 10 días habrá un nuevo diluvio. El cura reúne a su grey y los insta a rezar por la misericordia del Señor. El pastor protestante dice que habrá que saldar las cuentas, dejar todo en orden y resignarse a la providencia. El rabino dice: '¿Diez días? Tiempo de sobra para aprender a respirar bajo el agua'". En un sentido profundamente judío, con el énfasis en la supervivencia, el chiste trasunta un fuerte vitalismo. Y Steiner, nacido en París, hijo de judíos vieneses, educado en el mundo, pero sobre todo un sobreviviente al Holocausto, recuerda de muchas maneras al rabino.

El hombre de tres lenguas maternas, sin preferencia, extraña enormemente la enseñanza desde que se jubiló, pero menciona con entusiasmo las conferencias que dictará o acaba de dictar en Lisboa, Salamanca, Siena, Harvard, Marruecos, Veracruz. Espera, dice, un renacimiento filosófico y habla con entusiasmo de la enorme reserva de energía intelectual que son México, Irlanda, España.

Son las 11 de la mañana. En su casa de Cambridge, tiene un jardín lleno de flores y juegos infantiles (sus nietos están de visita), a la entrada de una construcción circular cubierta de ventanas. Probablemente esa parte de la casa haya sido un vivero antes de ser su estudio. Adentro hay libros, un escritorio, una máquina de escribir; la versión moderna de la torre de Montaigne. La hospitalidad de Steiner nos lleva luego a su biblioteca ("una de ellas; tengo cuatro, como comprenderá"). Invita animadamente a husmear en sus "tesoros": una traducción de Ficciones al francés firmada por Borges ("pasó una noche en esta casa"), un libro de la biblioteca de Kafka firmado por Kafka ("existen sólo tres copias"), primeras ediciones de Heidegger y Wittgenstein, una tarjeta de felicitaciones del "Dr. Profesor" Freud a Steiner padre y su esposa en el día de su boda ("si uno es Freud, ¿para qué hacer alarde del Dr. Profesor?"). Sugiere ir a un pub.

"Otro día le muestro más, hay muchos tesoros en esta casa".

Durante el almuerzo en un pub cercano, Steiner sigue contando anécdotas y haciendo preguntas ("¿puede explicarme en cuatro palabras qué sucedió con la Argentina?"). Menciona más conferencias y pierdo la cuenta de las ciudades. Nos adentramos en su último libro, Gramáticas de la creación (Siruela), y hacia atrás, en los ensayos de Sobre la dificultad (FCE), que acaba de salir en castellano. Y concluye: "si es cierto que, como me dijo una vez el biólogo Francis Crick, el ego es una cuestión de química, estamos en problemas". Terminado el café, me lleva al centro de Cambridge y sugiere que pasee un rato. "Hasta la vista", dice en español al despedirse, cuando me bajo de su coche. Es un momento intenso, extrañamente emotivo.

Uno tiene la sensación de haber mirado a los ojos a la Historia. Steiner arranca y el verano inunda las calles de Cambridge.

Gramáticas de la creación es una recapitulación de sus preocupaciones pasadas. ¿Qué lo llevó a orquestar este diálogo con la propia biblioteca? Es que he tenido el privilegio de estar cerca de algunos de los grandes creadores de nuestro tiempo: escritores, pintores, compositores. Y siempre he tratado de entender dónde está el secreto, cuál es el misterio de la poiesis (creación y poesía), cómo es que incluso la mayor inteligencia crítica o analítica pertenece a otra clase que la del creador. Cómo...

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