Germán Martínez Cázares / ¡Es el Estado, estúpido!

AutorGermán Martínez Cázares

¿Qué tienen en común el negro horizonte de los mercados financieros, las protestas juveniles europeas y el descontrolado endeudamiento en algunas entidades federativas mexicanas?

Se siente el espanto por una eventual recesión económica. No crece Europa ni Estados Unidos. La duda sobre la solvencia de los griegos e irlandeses infectó a España, Portugal e Italia. El endeudamiento norteamericano, dicen, tiene peros. "El euro está al borde del abismo", advierte uno de los arquitectos de la Unión Europea, el político francés Jacques Delors.

La "inestabilidad" (como dicen los que saben) del viejo continente tiene inquietos a los agentes económicos de Wall Street, y éstos a nosotros. Parece regresar la sombra de hace tres años. La quiebra de Lehman Brothers no se olvida.

¿Qué está pasando? Sin crecimiento no se pagarán las deudas y las empresas no podrán invertir para generar los nuevos empleos demandados. ¿Cómo se llegó hasta aquí? ¿Por qué?

La respuesta fácil es denunciar al capitalismo. Al neoliberalismo. Entonar la trillada cantaleta contra el "mercado salvaje" y, al mismo tiempo esconder la incapacidad de políticos, la ineptitud de demagogos o las pillerías de bribones.

Pero la realidad es otra. En la contienda electoral estadounidense de 1992, la oficina de Bill Clinton acuñó la frase ¡es la economía, estúpido! para definir el objetivo de su campaña. Ahora, asomados a esta crisis debemos voltear la mirada al otro lado: ¡es el Estado, estúpido!

Gastar, gastar y gastar, parece ser la nueva misión del Estado. Su eficacia depende del tamaño del gasto. El Estado Democrático y de Derecho se convirtió en Estado Económico y de Consumo.

Esa organización del poder político asigna al gobierno en turno la cómoda tarea de administrar, el rol de agente comercial, para renegar de la difícil labor de gobernar, decidir, promover, resolver.

El Estado pierde imperio. Ya no es autoridad. Es simple gestor y proveedor de bienes y servicios a los ciudadanos, sujeto a una única ley: la de la oferta y demanda, donde el gobierno "sale de compras" todos los días, y lógicamente, para mantenerse en el poder derrocha el dinero público.

Gobernar es, entonces, un torneo de gasto público, donde triunfa el mejor dispensador...

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