Gonzalo Rojas: El superpoeta

AutorChristopher Domínguez Michael

Vivía el superpoeta Gonzalo Rojas en un planeta de titanes de la poesía, niños con cuerpo de gigante y gigantes con cara de niño, en el cual todo era primordial, a la vez prehistórico, recién hecho, apenas orgánico y, por otro lado, remoto (una de sus palabras-talismán), legendario, epopéyico, suprahistórico, presocrático, levantado más allá de la historia, esa "musa de la muerte". A lo largo de sus poemas, que Rojas organizaba de manera distinta en cada nueva edición, apostándole al orden incesante, el lector encontrará a la gente gigante con la que él convivía: a Rimbaud, el hijo; a Hölderlin, el triste en su torre; a Catulo, el jazzista; a Pound, el copión inimitable; a Breton, el taumaturgo; a Vallejo, el dueño de la nieve; a Huidobro en compañía del Conde de Lautréamont ("arcángeles de Altazor y Maldoror, arrebátenme hasta lejos", se lee en "Oscuro"); a Allen Ginsberg, su loco preferido; a Paul Celan, el doble que lo atormentaba.

El lector encontrará también a Octavio Paz, un "fundador estricto", a quien Gonzalo Rojas despidió de cuerpo presente, el 20 de abril de 1998. Otros personajes, a veces terribles como Mao, erráticos geniales como Sartre y errantes problemáticos como Cyril Connolly, o las presencias inesperadas y elegantes de Tristan Tzara o Guillermo Sucre, aparecían en esa gigantomaquia que es y será la poesía de Rojas, cuya muerte física ni siquiera califica como un cambio de estado, pues de todos los poetas que amó el primerísimo fue sin duda Heráclito, el impasible. Los poetas, decía, "no mueren, quedan encantados".

Gonzalo Rojas, autor de "La miseria del hombre" (1948), de "Contra la muerte" (1964), de "Del relámpago" (1981), de "Metamorfosis de lo mismo" (2000), entendió desde el principio al siglo veinte y su poesía como una edad heroica ante la cual el poeta tenía, para ser un verdadero moderno, que montarse en los hombros de los antiguos y así, darle la vuelta al mundo y terminar por ser, él mismo, un auténtico antiguo que nos permite cruzar como San Cristóbal (que me perdone Gonzalo de Éfeso por traer a cuenta a un santo) se lo permitió al profeta judío. Por ello, el canto sincopado, las sílabas rotas, la gravedad satírica, le permitió a Rojas parecer un antiquísimo bardo dedicado a lo esencial, a la mujer y al silencio, mientras cultivaba la devoción de jóvenes que lo seguían como a un cantante de rock incapaz de perderse, entre lo eterno, nada de lo nuevo. El descaro, le dijo Rojas a los punks y los punks se...

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