Guadalupe Loaeza/ El Cadillac de Barragán

AutorGuadalupe Loaeza

Dicen que en el garage de la casa de Luis Barragán en Tacubaya, se encuentra estacionado desde hace muchos años, un Cadillac plateado precioso modelo 1958. La tierrita que se ha ido acumulando a lo largo del tiempo y que cubre todo el automóvil, parece como si fuera polvo lunar, por eso algunas noches, los vecinos creen que se trata de un vehículo venido de la luna.

¿Por qué si Luis Barragán era tan austero, se compraría un Cadillac, símbolo de arribismo y de lujo? ¿Por qué lo habrá escogido de color plata? Queremos pensar que porque este carro tenía aproximadamente 350 caballos de fuerza, no hay que olvidar que el arquitecto adoraba los caballos. Tal vez su coche le evocaba, de alguna manera, a uno de esos Pegasos, con los que quizá llegó a soñar de niño. Acerca de su pasión por los caballos explicó en una de sus tantas entrevistas: De mi amor al paisaje y a los animales del paisaje, a los caballos particularmente, salieron establos, fuentes que en realidad son bebederos o baños de caballo; de allí salieron los muros que protegen a los caballos.

¿Por qué esta obsesión por los caballos? Cuando Luis Barragán recibió el Premio Pritzker en 1980, dijo: En mi trabajo subyacen los recuerdos del rancho de mi padre donde pasé años de niñez y adolescencia, y en mi obra siempre alienta el intento de transponer al mundo contemporáneo la magia de esas lejanas añoranzas tan colmadas de nostalgia. Cuando Barragán era niño solía pasarse largos ratos a caballo. A caballo observaba con todo cuidado las casas por las que pasaba de largo. A caballo recorría las ferias populares, recuerdo que veía siempre el juego de las sombras sobre las paredes, cómo el sol del atardecer se iba debilitando -todavía había luz- y cómo entonces cambia el aspecto de las cosas, los ángulos se atenuaban o las rectas se recortaban aún más; de allí también mi fijación en los acueductos. En los ranchos mexicanos siempre se oyen chorros de agua; nunca he podido hacer una casa o un conjunto arquitectónico sin incluir un estanque o un chorro de agua o un fragmento de acueducto. Nunca he dejado de pensar tampoco en los caballos.

Cuando la pintora mexicana Maricarmen Hernández Pons fue a visitarlo una tarde, le dijo: tienes huesos de yegua fina. Según mi amiga ése ha sido el piropo más bonito que ha recibido en toda su vida.

Además de los caballos, de las mujeres hermosas, de su amistad de toda la vida con Chucho Reyes, del café de Sanborns, pero el de las calles de Niza, de las esferas...

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